lunes, 23 de noviembre de 2015

Si el avestruz volara, libro de Fernando de la Cruz

  
Fernando de la Cruz leyendo Si el avestruz volara en la biblioteca pública Jaime Sabines, en Tuxtla Gutiérrez

En el libro Si el avestruz volara hay un niño que canta mientras se divierte haciendo poemas. Ese niño, de más está decirlo, es el poeta Fernando de la Cruz que ha venido desde Yucatán para compartirnos sus cantos. El libro inicia con una receta. ¿Cómo cocinar un poema? Fácil. Primero llame a Fernando de la Cruz que es un chef calificado en poemas vegetarianos y poemas en su jugo. Seguro que después explicarle sus deseos, el chef le ofrecerá sugerencias para que el poema quede rico en metáforas y rimas. Después, si usted gusta, revise Veinticinco maneras de cocinar un poema que forma parte del libro Si el avestruz volara. Usted decide qué tipo de ingredientes utilizar para el guiso. Si es de paladar alegre, entonces le vendrá bien un poema satírico, acompañado de un par de lonjas de tocino. Si por el contrario es de paladar exigente, entonces puede que le interese un poema en prosa, acompañado de exquisitas crepas hermosas.

Si el avestruz volara en la sierra madre de chiapas

Sin embargo, no todo el libro es hablar de cocina e ingredientes. Asoma por allí la señorita tecnología con minifalda y tacones altos que, de más está decirlo, tiene el mundo a sus pies. No hay niño, adolescente, joven o adulto que, con la mirada, no la recorra de pies a cabeza. Y dicen, no me crean, que quienes han decidido seguirla, se han perdido de sí mismos. De muestra están los niños que han olvidado la natación, el ajedrez y otros juegos, para atender, por ejemplo, una tablet. Ya no digamos los adultos que del Facebook o el wasapp no se quieren apartar. Nuestro poeta reflexiona en el poema ¿Qué es un tablet? hasta qué grado, el niño u hombre, es capaz de evadirse de la realidad para encerrase en un dispositivo frío y mecánico que lo va apartando del mundo y de sus semejantes. Si usted no me cree, atrévase a leer el poema y luego me dice si tengo o no razón.


Ahora que si lo suyo es la música, venga, lo invito a cantar: “Tú tenías diez gatitos / uno es vicepresidente y ya nomás te quedan nueve / de los nueve que quedaban, uno es actor famoso y ya nomás te quedan ocho / de los ocho que quedaban / uno se hizo superhéroe y ya nomás te quedan seis”. Si quieren seguir cantando los invito a leer Canción de los diez gatitos que, de seguro, será todo un éxito con sus hijos o alumnos. Para tener mayores posibilidades de triunfo, se recomienda leer o cantar el poema antes de iniciar las clases. Si está en casa, entonces lo indicado podría ser en la cama y antes que sus pequeños duerman. El canto servirá para que los niños, estudiantes o hijos, sepan que la realidad es más que sufrimientos y guerras. También es canto y sueños.

Si el avestruz volara en san Cristóbal de Las Casas

Si no se conforma con cantar, entonces tome un paraguas y acompañemos al poeta a caminar las calles de la ciudad, mientras una lluvia de bicicleta nos cae encima. ¿Se imaginan que las nubes en vez de agua transportaran bicicletas? ¿Puede ser eso posible? ¡Claro! En la imaginación no hay nada imposible. Y Fer lo sabe. No en vano dice en Hay poesía en marte que en la capa de ozono hay baches. O que los extraterrestres pueden ser divinidades o humanos del futuro. ¿No será que a nuestro lado hay un extraterrestre? Averigüen. ¿Cómo? Pregúntenle “¿de qué color es el aura de los ángeles cuando se enamoran?” Si no saben la respuesta, seguro es un extraterrestre. Pero si quiere tener certeza, entonces platéele Preguntas para un duende hipnotizado que viene en la página 16 de Si el avestruz volara. Si no sabe ninguna respuesta, entonces sí que ha estado conviviendo con un marciano. Sin embargo, no quiero adelantarme a lo que el escritor va a decirnos con respecto a ello, pues ya saben “… que los científicos -igual que los petas- son buenos en el arte de inventar marcianadas”.

Si el avestruz volara en Villaflores, Chiapas

Sin embargo, como ya estoy emocionado, se imaginan qué pasaría si las letras tuvieran vacaciones. ¿Cómo escribirían la carta a la novia o al novio? ¿Cómo escribirían el mensaje de whatsapp? Si quisieran saber cómo sería el mundo, lean el poema También las letras tienen vacaciones, pero tienen que hacerlo terminando esta presentación, pues es posible que las letras, cansadas de tantos mensajes, decidan irse al mar y ustedes se queden sin leer. Y ya que estamos hablando de mar, que mejor pretexto que la lectura de Si el avestruz volara para visitar Bacalar. A propósito, ¿saben por qué el agua de allí es dulce? Si no saben y quieren saber, yo les pido, con la mano en el corazón, que pidan a Fer que lea Por eso es dulce el mar de Bacalar. Y si no los motiva, entonces pregúntenle, queridos amigos, qué pasaría Si el avestruz volara.


Muchas gracias.

martes, 20 de octubre de 2015

La migala de Juan José Arreola



El CONACULTA, a través del Programa Nacional de Salas de Lectura (PNSL), realizó una edición bellísima del cuento La migala de Juan José Arreola (Zapotlán el Grande 1918-Guadalajara, 2001) que, además, está ilustrado por Gabriel Pacheco (México D.F. 1973). Si el título de por sí es sugestivo, los colores rojos y gris de la portada, además de la imagen, lo hace más atractivo y misterioso. Ante tal presentación, el lector tendrá un motivo poderoso para acercarse al libro y leerlo, pues su lectura no rebasará los diez minutos, misma que estará enmarcada por el suspenso y el temor.

La migala de Juan José Arreloa, en esta edición prologado por Christopher Domínguez Michael, tiene la magia de tener al lector pendiendo de un hilo. En cualquier momento el arácnido nos llenará de ese veneno infernal que hace arder sus ojillos. Sin embargo, si las líneas de la historia tienen al lector entumecido, los trazos que acometen desde el rojo, lo tendrán al borde del infarto. Quizá podríamos preguntarnos mientras leemos La migala, ¿de cuántas formas podría suicidarse una persona?, ¿colgarse de una viga es la única posibilidad? Ahorcarse carece de humor y creatividad. ¿Por qué no comprarse una serpiente o uno de esos alacranes propios del norte de México y soltarlo dentro de la casa en espera del ataque mortal? Lo anterior implica vivir en el suspenso, al borde del abismo. Uno sabe que en cualquier momento sucederá y por ello la vida se tornaría un infierno.


¿Qué llevaría a una persona a autoflagelarse de esa manera? ¿Es la vida un paraíso terrenal o un infierno disfrazado de alegría? ¿De qué desea huir el personaje de La migala? ¿Qué lo motiva a comprarse una araña y jugar con la muerte de esa manera maquiavélica? Al principio y al final de la historia aparece Beatriz. ¿Acaso ella no es una representación del amor en La divina comedia? ¿El desamor sería razón suficiente para que una mente decida suicidarse? Sin duda, las respuestas están en el libro. Para descubrirlas el lector puede acudir a cualquier sala de lectura dispuestas en Comitán de Domínguez (El principito, por ejemplo), pedirlo prestado y sumergirse en su lectura. 

lunes, 19 de octubre de 2015

Arreglan el mundo en discurso, pero en la práctica lo joden




En las escuelas se promueve el cuidado y aprecio a la naturaleza. Para reforzar lo que mencionan los libros, muchos profesores organizan semanas de reforestación. Y es posible que después de haber plantado decenas cedros y caobas, los niños y docentes experimenten una sensación de estar contribuyendo al cuidado del medio ambiente. Es posible, además, que con estas acciones, algunos papás reflexionen sobre la importancia de cuidar sus bosques. Sin embargo, ¿qué sucede en la mente de esos niños, docentes y papás, cuando un par de camiones repletos de hermosos troncos atraviesa la única calle de la colonia? Es posible que en ellos se genere rabia, impotencia, desesperación, tristeza, entre otras emociones. Es posible, además, que se piense ¿para qué hacer todo el show de reforestar espacios, si al final vendrán un montón de hombres armados como sierras eléctricas y harán desaparecer hectáreas de árboles? Eso último fue lo que pensé cuando, en el trayecto del ejido Articulo 27, municipio de Las Margaritas, encontré un par de camiones repletos de troncos de pinos.

¿De dónde venían? ¿Quién autorizó el ecocidio? ¿Por qué el gobierno no impide esta destrucción de bosques? ¿Qué caso tiene que profesores y alumnos inviertan esfuerzos para el cuidado del medio ambiente, si las autoridades federales, estatales y municipales permitirán que un grupo de personas, azuzados por la ambición de hacerse con más dinero, derriben hectáreas de árboles y con ello destruyan los ecosistemas?  Observar los camiones me hizo recordar aquellos anuncios gigantescos que promocionan, en Tuxtla Gutiérrez, paisajes hermosos enmarcados por ríos de aguas azules y pinos esbeltos y orgullos. Aquellas imágenes tienen la intención de ofrecer nuestros bosques como producto de mercado turístico, recordé. Si es así, entonces ¿por qué el gobierno no prohíbe que se talen árboles? Es posible que las ganancias económicas sean más redituables que el cuidado de la tierra.


Adelanté los camiones con la idea de que todos los gobiernos arreglan el mundo en el discurso, pero que joden en la practica.

domingo, 18 de octubre de 2015

Sencilla razón




Para mi amigo y hermano Enrique Constantino Ruiz
que, seguro, nos mira desde el otro lado de la vida.


El pueblo ardía bajo el calor bochornoso de octubre. Todos los que allí estaban tenían los ojos tristes de tanto llorar, porque en el corazón les estallaba una tristeza agobiante. Tu hijo más pequeño observaba extrañado a aquella gente que estaba fuera de tu casa, mientras tu esposa lucía angustiada. Quizá recordaba cuando la cortejaste, las sonrisas que te ofreció para que supieras le gustabas, el primer beso que se dieron, los primeros paseos a orilla de ese río que tiene al pueblo cercado, el primer hijo. Me acerqué y la abracé para hacerle saber estaba con ella. En su abrazo sentí el deseo imperioso de gritarme todo su miedo de saber que, desde ese momento, se quedaba sin ti.  

A las diez salimos de tu casa donde viste crecer a tus pequeños, reíste y jugaste con ellos, además de soñar con tu hija celebrando sus quince años. Ahora, con el sol casi a mitad del cielo, te llevábamos a la iglesia. Cada paso en aquella calle que caminaste un sinfín de veces, era un martirio para tus hermanos, hijos, padres y esposa. Sabían que era la última vez que recorrías esas avenidas. Aunque si por ti fuera, seguro volverías. ¿Quién querría dejar a los padres, hermanos, hijos y esposa? Allí íbamos, algunos llorando, la mayoría en silencio, recordando las veces que te escuchamos y reímos contigo. Nadie se fue, porque íbamos decidido a acompañarte hasta donde las fuerzas y posibilidades lo permitieran.

Cuando llegamos a la iglesia, el padre que es un tipo bajo, serio y letrado, nos recibió con una mueca de condescendencia. ¿Te imaginas un párroco combinando filosofía y religión? Pues él es así. Desde su filosofía, dijo, tenía muchas preguntas con respecto a la vida y la muerte, así como nuestro propósito en la tierra. Pero desde Dios, la vida y la muerte eran simples experiencias divinas. Nuestro objetivo en la tierra es amarnos, afirmó. El padre roció agua bendita y pensé que con aquellas gotas que me cayeron, mis pecados estaban perdonados. Sin embargo, el asunto del perdón consiste en perdonarse a uno mismo, no que otros vengan y te perdonen. Aunque muchas cosas funcionan así. Se espera que sean otros quienes disculpen nuestras ofensas para que, con ello, nos sintamos bien. Sin embargo, si el individuo no logra perdonarse, aunque se presente Dios en persona, no podrá tener calma. En fin, ¿te habrás arrepentido de todas tus faltas? Es posible. Sin embargo, ¿qué ofensas pudiste cometer si eras quieto y humilde? Entonces el padre nos arengó a querernos, a cuidarnos, a velar los unos por los otros. Y créeme, esa parte me gustó porque recuerda el amor al prójimo que mucha falta hace al mundo. El asunto es que el discurso del padre me conmovió al grado de pensar en mi hijo y esposa. Volvería a casa para amarlos con más intensidad.

El padre volvió a tirarnos agua bendita y nos despidió. Y desde ese instante, tu compadre Dagoberto se mantuvo todo el tiempo a nuestro lado. Fue quien ayudó a librar las gradas y subirte al coche. Por mi parte jamás iba a dejarte solo. Allí estaba, a tu lado. Iba pensativo, pero contento de saber que por ese momento, de nuevo, estábamos juntos como los amigos que somos. Mientras avanzábamos, mucha gente se nos unió. Una marimba nos precedía. Iban abriéndose paso a punta de notas musicales en aquella calle silenciosa y bochornosa. Seguro que percibías lo que pasaba allí. Imposible pensar que no lo hicieras. Aquellas notas se conjugaban con los llantos de tus hermanos y padres. Eran lágrimas que gritaban tu nombre. Que reclamaban tu abandono. Lágrimas que estremecían. Que se metían dentro de uno y nos desgarraban las emociones. Allí íbamos. Pensativos todos.


Cuando llegamos, las cosas se pusieron peor. Gritos. Llantos. Lágrimas. Y es que no era para menos, pues tu espacio nadie podría llenarlo. ¿Crees que como amigo, alguien podría ser como tú? Ninguno. Te ayudamos a bajar del coche. Y entonces todo empezó a darme vueltas. Te recordé sonriendo dentro de tu automóvil azul. ¿Por qué la vida no puede quedarse para siempre en uno? Quise reclamar a alguien. ¿Pero a quién? Me consolé pensando que en algún momento también tendría que alcanzarte. Antes debía arreglar algunos asuntos aquí. Quedar bien con mi hijo, amigos, padres y esposa. Luego te alcanzaría. Sólo que no sabía cuándo. Por ello debes esperar. En algún momento tus amigos vamos a alcanzarte. Los llantos de tus hijos me sacaron de mis cavilaciones. Daba pena verlos así. Más bien, daba coraje verlos tan solos y desprotegidos sin ti. Entonces empezamos a descenderte en aquel hueco de tierra que fue hecho para ti. Allí quedaría tu cuerpo, mientras nosotros volvíamos a la rutina de la vida. Fue cuando cobré conciencia de que no volvería a verte, por la sencilla razón de que la muerte decidió llevarte. Todos volveríamos a casa mientras que tú, es posible y muy seguro, convertido en pájaro de luz atravesabas veloz y sonriente la dimensión de esta vida.