El CONACULTA, a través del Programa
Nacional de Salas de Lectura (PNSL), realizó una edición bellísima del cuento La migala de Juan José Arreola (Zapotlán
el Grande 1918-Guadalajara, 2001) que, además, está ilustrado por Gabriel
Pacheco (México D.F. 1973). Si el título de por sí es sugestivo, los colores
rojos y gris de la portada, además de la imagen, lo hace más atractivo y
misterioso. Ante tal presentación, el lector tendrá un motivo poderoso para
acercarse al libro y leerlo, pues su lectura no rebasará los diez minutos,
misma que estará enmarcada por el suspenso y el temor.
La migala de Juan José
Arreloa, en esta edición prologado por Christopher Domínguez Michael, tiene la
magia de tener al lector pendiendo de un hilo. En cualquier momento el arácnido
nos llenará de ese veneno infernal que hace arder sus ojillos. Sin embargo, si
las líneas de la historia tienen al lector entumecido, los trazos que acometen
desde el rojo, lo tendrán al borde del infarto. Quizá podríamos preguntarnos
mientras leemos La migala, ¿de cuántas
formas podría suicidarse una persona?, ¿colgarse de una viga es la única
posibilidad? Ahorcarse carece de humor y creatividad. ¿Por qué no comprarse una
serpiente o uno de esos alacranes propios del norte de México y soltarlo dentro
de la casa en espera del ataque mortal? Lo anterior implica vivir en el
suspenso, al borde del abismo. Uno sabe que en cualquier momento sucederá y por
ello la vida se tornaría un infierno.
¿Qué llevaría a una persona a
autoflagelarse de esa manera? ¿Es la vida un paraíso terrenal o un infierno
disfrazado de alegría? ¿De qué desea huir el personaje de La migala? ¿Qué lo motiva a comprarse una araña y jugar con la
muerte de esa manera maquiavélica? Al principio y al final de la historia
aparece Beatriz. ¿Acaso ella no es una representación del amor en La divina comedia? ¿El desamor sería
razón suficiente para que una mente decida suicidarse? Sin duda, las respuestas
están en el libro. Para descubrirlas el lector puede acudir a cualquier sala de
lectura dispuestas en Comitán de Domínguez (El
principito, por ejemplo), pedirlo prestado y sumergirse en su lectura.
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