La caja voladora en la Gloria, de la Trinitaria, Chiapas.
Supervisora Hisolda Ramos Palacios.
Dibujo hecho por alumnos.
Supervisora escolar.
Mural hecho por alumnos.
Cruz acateco maya.
Inauguración de la biblioteca.
Docentes de la telesecundaria.
Ejercicios.
Supervisora narrando una historia.
Padre de familia leyendo.
Alumna leyendo.
Jóvenes ayudan a un padre de familia.
Docente de la Telesecundaria.
Alumnos escogiendo libros.
Madres leyendo.
Padre de familia.
Docente y madre de familia.
Revisando libros.
Alumno leyendo.
Padre de familia leyendo.
Madre revisando libros.
Lectura en voz alta.
Leyendo en voz alta y haciendo gestos.
Papá presentando un libro.
Papá lee a los alumnos.
Lectura en voz, a una voz, todos.
Padre de familia comparte una lectura en voz alta.
Dibujo hecho por alumnos.
Dibujo hecho por alumnos.
Mural uno.
Mural dos.
Mural tres.
Mural cuatro.
Exposición de dibujos.
Contando una historia.
Niñas leyendo.
Alumnos leyendo.
La caja voladora en la Gloria
Experiencia 6
Ornán Gómez.
20 de octubre de 2011.
Leer
en voz alta es un acto de amor. Una caricia con palabras, gestos y miradas. Es una
forma de decir a los otros lo importante que son. Lo valioso que es la palabra
cuando se comparte. Para leer en voz alta se requiere de un espíritu libre de
egoísmo. De un compromiso con uno mismo. Es un acto que nace de una inquietud.
De una inconformidad. De una rebeldía.
Exponerse
a los demás, no es fácil. Cuando uno empieza a leer en voz alta, hay riesgos de
burlas y de críticas. Algunas buenas, otras malas. Las últimas hacen daño si se
les toma en serio. Las primeras, no siempre hay que creerlas. Para saber si la
lectura funciona, sólo basta con ver las caritas de los jóvenes. Si los ojitos
tienen ese brillo de emoción, de expectativa, uno va por buen camino. Si por el
contrario, los alumnos miran a otro lado y sólo bostezan, es mejor cambiar de
actividad. Lo primero no siempre se logra. A veces se encuentran dificultades,
pero lo importante es superarlas.
Para
tener la atención de los jóvenes es necesario leer bien. Esto quiere decir,
tenerlos interesados en lo que se lee. Y para que esto suceda, uno, de cuentahistorias, debemos estar
convencidos en lo que se lee. En otras palabras, la historia que leemos debe
agradarnos. Si no es así, la lectura será un desastre. De preferencia un texto
que nos agrade. Nos guste. Estemos familiarizados con él. Y para ello hay que
practicar. Leer en voz alta a solas. Leerle a la pared o al espejo. Perder el
miedo y la pena. Modular la voz, si es necesario. O grabarse y luego oírse.
Esto me ha funcionado de maravilla. Me grabo y luego escucho. Después modifico mis
lecturas. Esto lo hago a menudo, porque me interesa hacer un buen papel con los
jóvenes. En otras palabras, que ellos la pasen bien.
Meditando
en lo anterior, me dirigí a La Telesecundaria ubicada en la Gloria. Una escuela
grande, ubicada a orillas de la comunidad. Tiene salones de concretos, una
dirección, un salón de cómputo y una bellísima biblioteca. Y fue, precisamente,
para inaugurar la biblioteca que la caja voladora visitó, en compañía de la
supervisora escolar, Hisolda Ramos Palacios, esta escuela.
Cuando
llegamos los alumnos nos esperaban en el patio cívico. Apenas nos vieron se
formaron para realizar un pequeña ceremonia de recepción. Después se procedió a
cortar el listón de inauguración. La biblioteca es un salón amplio, adornado
con leyendas a la lectura, imágenes y pocos libros. Esto último me dejó
asombrado, ya que la mayoría de las escuelas deben contar con excelentes y
varios acervos de libros. Bueno, pero eso es otra cosa. Lo importante es que
hay libros y se lean.
Después
de hacer algunos chistes con alumnos, docentes y padres de familia, decidí
empezar. Pero antes, observé dos cosas. Uno. Los papás estaban dispuestos a
participar en las actividades. Dos. Los alumnos hablan una lengua maya:
acateco. Descubrir esto me intrigó. De todas las escuelas que he visitado, en
ninguna se habla una lengua diferente al español. Dos cosas impresionantes. Lo
primero que pensé fue en la inmensidad de leyendas e historias que se conserva
en la memoria de estas personas. Y la forma en cómo ellos podrían contarlo.
Quizá a través del dibujo. Haciendo pequeños murales, pensé.
Para
entrar en confianza me solté hablando en Tzeltal, lengua que aprendí durante mi
estancia en una comunidad indígena. Después pregunté si ellos entendieron algo.
Los alumnos dijeron que no, pero los papás dijeron que entendieron algunas
palabras. Esto me llevó a platicar con ellos sobre la importancia del respeto a
las diferencias lingüísticas y la necesidad de valorarlas y preservarlas, ya
que es lo que nos da el sello de identidad, dije.
Lo
más lógico es que una persona aprenda en su propia lengua, pensé. Sin embargo,
las cosas son diferentes. Con la imposición del español se promueve el
aniquilamiento de las lenguas maternas indígenas. Además de producir en el joven una
inestabilidad cultural. Ese es un tema que los docentes que laboran en escuelas
así, deben plantearse a menudo. Dedidí empezar.
La
supervisora compartió una narración oral que los jóvenes disfrutaron. Después realizamos
ejercicios de vocalización (si, la, sol). Luego presenté la caja voladora. Cada
alumno tomó un libro y leímos en voz alta. Primero parados, después en un pie,
luego saltando, más tarde sentados, seguimos en cuclillas, continuamos leyendo
en susurros, luego sonriendo, después tomados de las manos. Esto último agradó
a los jóvenes.
Más
tarde propuse elaboráramos dibujos. Luego otras lecturas cortas y por último
exposición de los dibujos. Cada mural representó una historia.
Algo
importante, los padres de familia no se quedaron atrás. También leyeron y
compartieron textos con los alumnos. Esto último es lo más bello que me traje
de esa escuela. Es necesario, a mi forma de pensar, involucrar más a los padres
de familia en actividades de lecturas.
Sólo de esa manera podremos crear conciencia de la importancia que tiene
este tema actualmente. Y también, por qué no, empezar a cambiar muchas cosas a
partir de la lectura.
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