Tengo hambre, le dije. Ella sonrío y me ofreció sus labios. Muerde, dijo. Más tarde ella me tomó las manos y me convidó una de sus costillas. Abrazados, caminamos bajo la sombra de los árboles. Sus ojos brillaban como luceros. Después me dijo: ¡ven!, y la seguí a las orillas de un arroyo. Allí se quitó la piel y entré en ella. Después dormimos.
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