En el bosque se oía el chirriar de grillos y cantos de pájaros nocturnos. Al fondo, el lago era como un espejo que reflejaba la limpieza del firmamento salpicado de estrellas. Rita y yo aspirábamos aire con emoción, pues estar en un lugar quieto donde sólo se disfruta del murmullo de la noche que avanza entre árboles y piedras dan ganas de cerrar los ojos y volverse aire. Esperábamos que apareciera la luna para hacer una tomas con la cámara fotográfica. En la orilla del lago se paseaba un vientecillo frío e inquieto que invitaba a abrazar al otro para gritarse en silencio todo el amor que el alma puede albergar.
Rita se veía quieta y hermosa como una
niña que goza de la frescura de la
adolescencia. Suspirando caminó unos doscientos metros sobre la orilla hasta
que la penumbra la envolvió por completo. Cuando volvía, la luna apareció tras
las serranías. Era grande y amarilla como una naranja sostenida por una mano
invisible. Su luminosidad se reflejó en el lago como una novia se refleja en
los ojos del amante.
Ambos suspiramos. Era la
reafirmación de la naturaleza en nuestros ojos que brillaban de felicidad.
Abracé a Rita, le di un beso y me puse a fotografiar el paisaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola. Aquí puedes dejar tus comentarios.