Para mi
amigo y hermano Enrique Constantino Ruiz
que,
seguro, nos mira desde el otro lado de la vida.
El pueblo ardía bajo el calor
bochornoso de octubre. Todos los que allí estaban tenían los ojos tristes de
tanto llorar, porque en el corazón les estallaba una tristeza agobiante. Tu
hijo más pequeño observaba extrañado a aquella gente que estaba fuera de tu
casa, mientras tu esposa lucía angustiada. Quizá recordaba cuando la
cortejaste, las sonrisas que te ofreció para que supieras le gustabas, el
primer beso que se dieron, los primeros paseos a orilla de ese río que tiene al
pueblo cercado, el primer hijo. Me acerqué y la abracé para hacerle saber
estaba con ella. En su abrazo sentí el deseo imperioso de gritarme todo su miedo
de saber que, desde ese momento, se quedaba sin ti.
A las diez salimos de tu casa
donde viste crecer a tus pequeños, reíste y jugaste con ellos, además de soñar con
tu hija celebrando sus quince años. Ahora, con el sol casi a mitad del cielo,
te llevábamos a la iglesia. Cada paso en aquella calle que caminaste un sinfín
de veces, era un martirio para tus hermanos, hijos, padres y esposa. Sabían que
era la última vez que recorrías esas avenidas. Aunque si por ti fuera, seguro
volverías. ¿Quién querría dejar a los padres, hermanos, hijos y esposa? Allí
íbamos, algunos llorando, la mayoría en silencio, recordando las veces que te
escuchamos y reímos contigo. Nadie se fue, porque íbamos decidido a acompañarte
hasta donde las fuerzas y posibilidades lo permitieran.
Cuando llegamos a la iglesia,
el padre que es un tipo bajo, serio y letrado, nos recibió con una mueca de
condescendencia. ¿Te imaginas un párroco combinando filosofía y religión? Pues
él es así. Desde su filosofía, dijo, tenía muchas preguntas con respecto a la
vida y la muerte, así como nuestro propósito en la tierra. Pero desde Dios, la
vida y la muerte eran simples experiencias divinas. Nuestro objetivo en la
tierra es amarnos, afirmó. El padre roció agua bendita y pensé que con aquellas
gotas que me cayeron, mis pecados estaban perdonados. Sin embargo, el asunto del
perdón consiste en perdonarse a uno mismo, no que otros vengan y te perdonen.
Aunque muchas cosas funcionan así. Se espera que sean otros quienes disculpen nuestras
ofensas para que, con ello, nos sintamos bien. Sin embargo, si el individuo no
logra perdonarse, aunque se presente Dios en persona, no podrá tener calma. En
fin, ¿te habrás arrepentido de todas tus faltas? Es posible. Sin embargo, ¿qué
ofensas pudiste cometer si eras quieto y humilde? Entonces el padre nos arengó
a querernos, a cuidarnos, a velar los unos por los otros. Y créeme, esa parte
me gustó porque recuerda el amor al prójimo que mucha falta hace al mundo. El
asunto es que el discurso del padre me conmovió al grado de pensar en mi hijo y
esposa. Volvería a casa para amarlos con más intensidad.
El padre volvió a tirarnos
agua bendita y nos despidió. Y desde ese instante, tu compadre Dagoberto se
mantuvo todo el tiempo a nuestro lado. Fue quien ayudó a librar las gradas y
subirte al coche. Por mi parte jamás iba a dejarte solo. Allí estaba, a tu
lado. Iba pensativo, pero contento de saber que por ese momento, de nuevo, estábamos
juntos como los amigos que somos. Mientras avanzábamos, mucha gente se nos
unió. Una marimba nos precedía. Iban abriéndose paso a punta de notas musicales
en aquella calle silenciosa y bochornosa. Seguro que percibías lo que pasaba allí.
Imposible pensar que no lo hicieras. Aquellas notas se conjugaban con los
llantos de tus hermanos y padres. Eran lágrimas que gritaban tu nombre. Que
reclamaban tu abandono. Lágrimas que estremecían. Que se metían dentro de uno y
nos desgarraban las emociones. Allí íbamos. Pensativos todos.
Cuando llegamos, las cosas se
pusieron peor. Gritos. Llantos. Lágrimas. Y es que no era para menos, pues tu
espacio nadie podría llenarlo. ¿Crees que como amigo, alguien podría ser como
tú? Ninguno. Te ayudamos a bajar del coche. Y entonces todo empezó a darme
vueltas. Te recordé sonriendo dentro de tu automóvil azul. ¿Por qué la vida no
puede quedarse para siempre en uno? Quise reclamar a alguien. ¿Pero a quién? Me
consolé pensando que en algún momento también tendría que alcanzarte. Antes
debía arreglar algunos asuntos aquí. Quedar bien con mi hijo, amigos, padres y
esposa. Luego te alcanzaría. Sólo que no sabía cuándo. Por ello debes esperar.
En algún momento tus amigos vamos a alcanzarte. Los llantos de tus hijos me
sacaron de mis cavilaciones. Daba pena verlos así. Más bien, daba coraje verlos
tan solos y desprotegidos sin ti. Entonces empezamos a descenderte en aquel
hueco de tierra que fue hecho para ti. Allí quedaría tu cuerpo, mientras
nosotros volvíamos a la rutina de la vida. Fue cuando cobré conciencia de que
no volvería a verte, por la sencilla razón de que la muerte decidió llevarte.
Todos volveríamos a casa mientras que tú, es posible y muy seguro, convertido en
pájaro de luz atravesabas veloz y sonriente la dimensión de esta vida.
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