lunes, 26 de agosto de 2013

Búsqueda




Dicen que los sueños son una extensión de nuestra realidad. Yo pienso que son expresión de nuestros miedos, o la reivindicación de algún deseo frustrado. Allí es donde nuestro espíritu, esencia o alma se revela y hace lo que le viene en gana sin que el cuerpo intervenga porque en esa dimensión en la que se mueven los sueños, el cuerpo resulta una pendejada desquiciante. Para la mayoría de los mortales, los sueños no son manipulables, o provocados. No puede decirse: soñaré que vuelo a tal planeta, o hago el amor con tal mujer u hombre. Sin embargo, para un reducido número de personas, los sueños pueden provocarse al grado de viajar a donde ellos gusten. Sólo que aprender las técnicas requiere de un montón de tiempo, así como disciplina y dedicación.

Por lo regular en mis sueños pierdo lo que amo: a mis padres,a mi hermano, a mi esposa, a mi hijo, o a veces me veo muerto, o enterrándome a mi mismo, o discutiendo conmigo mismo en un bar, o perdido en una oscuridad donde me vuelvo un montón de partículas luminosas. También sueño que algunos deseos se concretan. Ejemplo de ello es volar, atravesar el cielo como un halcón, o ir y venir en el tiempo como si se tratara de caminar el patio de mi casa. El deseo de volar viene de mi infancia. Consecuencia de ello subía a los árboles y banquetas altas y saltaba manoteando como un pájaro, pero sin que pudiera elevarme. Aquellos intentos me produjeron fracturas en las clavículas y frustraciones tremendas que no pude superar ni bebiendo litros de alcohol.

En fin, en los sueños uno adquiere poderes como un superman, un profeta del antiguo testamento bíblico, o un chamán capaz de hablar con muertos; también puede experimentarse perdidas dolorosas como la muerte de un hijo, o cumplir fantasías amorosas como ser el amante de una actriz o actor de cine. Sin embargo, lo formidable de este embrollo es saber que no soy el único que sufre o goza en sueños. Somos todos. Esta vez fue Rita, mi esposa.

—Estaba en un pueblo de calles tristes y polvosas —dijo apesadumbrada mi pobre mujer con el pelo desordenado y los ojos llorosos apenas despertó—. El viento se movía de un lado a otro aullando como un fantasma y arrastrando basura y deshojando a los pocos árboles enclenques. El calor reverberaba en las calles haciendo que el polvo ardiera, mientras un silencio estremecedor resbalaba sobre las casas sucias y maltrechas, y se escurría como serpiente entre las rocas y el polvo.

Rita no supo explicar por qué estaba allí, en medio de aquel silencio y de la nada. Dijo que apenas apagué la luz de la habitación, ella cerró los ojos y despertó, en su sueño, en ese lugar que empezó a erizarle los bellos de los brazos y del cuello. Intentó despertar, pero ya no pudo. Una fuerza como tenaza le cerraba los parpados impidiéndole volver al mundo del bullicio y de las luces blancas y amarillas de la ciudad. Estaba con Eduardo, nuestro hijo de cuatro años que reía y saltaba como un cervatillo ajeno a la situación extraña del lugar. Tampoco se explica porqué yo no estaba con ellos en ese momento, aunque sabía que estaba cerca, caminando en los montes como un animal en busca de presa.

—Apenas parpadeé para impedir que el polvo se colara a mi ojos, aparecieron de no sé dónde tres tipos mal encarados que intentaron quitarme a Eduardo, pero que defendí con gritos y lágrimas. Sin embargo, mis esfuerzos fueron nada contra los musculosos brazos de aquellos hombres de espalda ancha y pectorales macizo como roca. Por más que te llamé —dijo Rita a punto de llorar—, nunca llegaste. No podía permitir que me arrebataran a Eduardo que es carne de mi carne, y sangre de mi sangre, por lo que seguí peleando con uñas y dientes, pero al final de mis fuerzas fui sometida con golpes y empujones y nada pude hacer por Eduardo que me veía con ojos fríos desde los brazos de un raptor.

Cuando aquellos tipos desaparecieron llevándose a Eduardo,Rita me buscó por el pueblo y luego por los montes. Ella intuía que andaba por allí. Llegó a un valle donde el monte era menos denso y siguió la búsqueda. Dice que pronto se topó con una roca en forma de plancha donde vio mi cuerpo despedazado envuelto en mis ropas sucias de sangre. Entonces supo por qué no acudí a sus llamados. Rita gritó, se rasgó las mejillas, se arrancó el pelo a tirones, maldijo a dios, corrió entre los espinos que le arrancaron girones de piel, cayó al suelo ardiente que intentó calcinarla, se levantó y siguió corriendo sin rumbo. Mientras huía de mi cuerpo despedazado que parecía gritarle que volviera para enterrarlo, que no fuera una desalmada y lo dejara a merced de los zopilotes que luego lo cagarían por diferentes partes de la tierra, Rita gimoteaba que no era posible que un sueño, un maldito sueño le hubiera desgraciado la vida. Quizá fueron minutos, pensó Rita mientras con zancadas nerviosas acortaba la distancia de aquel terreno pedregoso y seco. O un pedazo de noche. Por dios santo, sólo bastó un trozo de sueño para que se viera despojada de hijo, esposo, y de la alegría de sonreírle al crío mientras este jugaba bajo la lluvia de la regadera. Más allá del valle se veía un acantilado, un vacío. La vida sin ellos no tenía sentido. Llegó al abismo que se abría como boca de oso a punto de atacar, y se dejó caer con los ojos abiertos para mirar de frente a la muerte, sin embargo antes de hacerse pedazos sobre el suelo pedregoso, Rita despertó a la vida.

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