viernes, 13 de diciembre de 2013

Morir todos los días


“Vivir es escribir con todo el alma”
Vicente Quirarte


En Sams Club compré un ejemplar de Morir todos los días de Vicente Quirarte, y publicada por Joaquín Mortiz. Antes de pagar sopesé la posibilidad de abandonar la compra, pues no conocía nada de este autor. Lo que apoyó la decisión de adquirir el libro fue el título que me sugirió misterio. Ahora que terminé la lectura de los nueve cuentos que componen el mamotreto, considero que es necesario leer todo lo que provenga de Vicente Quirarte.

Los personajes que habitan esta obra son individuos que buscan a través de la practica del amor la posibilidad de re-inventarse como hombres y mujeres que burlan con sus acciones las efímeras fronteras de la pasión carnal para arribar al reino del espíritu donde el amor les permite la total liberación de las frivolidades de la carne y del mundo.

Vicente Quirarte, a través de su narrativa sencilla, fluida, elegante, además de poética, nos muestra el esplendor de la vida en el beso nervioso de un par de enamorados, o en la desquiciante desesperación que se apodera del individuo ante la ausencia de la amante que habita el oscuro mundo de la muerte, o en el bello combate que libran los hombres en la defensa de su individualidad. En la narrativa de Quirarte hay dolor ante la ausencia que produce la muerte y ante las que producen las distancias; hay lagrimas que desgarran el alma como resultado de una la soledad que no se disipa con café, o bebiendo ron en un bar cualquiera y a una hora cualquiera. A los personajes de Quirarte los encierra y los habita la ciudad, y estos, en un intento por escapar de ella, se refugian en el amor y en la soledad creativa para emerger como piezas de orfebrerías limpias y refulgentes.

En Morir todos los días está presente la muerte como el fin de lo inmediato que es la carne, pero la permanencia del recuerdo. La amenaza de morir en cualquier momentos hace que los personajes experimenten la vida con plenitud. De allí que hacer el amor trascienda los deseos de la carne a los terrenos del espíritu donde la sonrisa, la caricia y la voz que emanan de la pareja sean una reafirmación de la vida misma.



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