lunes, 4 de julio de 2011

Aprender a escribir

Estimada Claudia, cuando escribo algo y no me gusta, lo borro. Vuelvo a intentarlo. Y si después de varios intentos, no puedo, apago la computadora y fumo. Esto me pasa cuando no tengo una idea clara que escribir. Resultado: de la neurosis paso a la conmiseración. Me comparo con Rulfo, Fante, García Marquez, entre otros. Termino como cucaracha embarrada a un zapato. O como boxeador noqueado. ¿Porqué ellos sí saben escribir? Fácil. Consagraron sus vidas a la literatura. No hubo pretexto que los apartara de las letras. A cada momento escribían. Es que ellos leyeron y escribieron desde pequeño, me justifico. Yo empecé tarde. Lo cierto es que a algunos escritores jóvenes nos gana la prisa por publicar. Anteponemos el reconocimiento al trabajo. La idea de escribir una obra mejor que Cien años de soledad o Pedro Paramo y alcanzar la fama y vivir de nuestra regalías, ocupa nuestros pensamientos. Pero la realidad es otra. Para escribir una buena obra, dice Marco Aurelio Carballo, periodista y narrador, hay que tener disciplina y sentarse cuatro horas diarias, mínimo, frente a la máquina de escribir y leer un chingo. José Landa, poeta campechano, dice que después del borrador hay que corregir hasta el cansancio. Luego olvidar el texto un tiempo. Más tarde volver a él para encajarle los dientes y las uñas. Una novela queda, más o menos terminada, después de tres o cinco años, dice el poeta. Pero los novatos queremos que la obra quede lista a la primera sentada, publicarla al día siguiente y sentarnos a esperar los elogios. Sin embargo, los reconocimientos son lo último que llega, dice José Martínez Torres, novelista. Lo primero en que hay que ocuparse es en “aprender a escribir”. Y no se refiere sólo al uso del acento, la coma y los signos de interrogación, sino en pulir ideas claras, hacer diálogos creíbles y coherentes, descripciones minuciosas y acciones que tensen los nervios o provoquen un infarto. Escribir bien es conjugar los elementos anteriores y hacer que el lector visualice todo y sin tropiezos. Esto se logra a base de practicar a diario, dice Carballo. De corregir más. Y de leer mucho más. Ser escritor requiere de valor, dedicación y paciencia. Y actualmente, en un mundo donde se vive con mucha prisa, eso resulta algo imposible.
Sin embargo, lo anterior se me olvida cuando estoy frente a la maquina. Quiero que al momento, como si se tratara del genio de la lámpara de Aladino, las ideas se aparezcan nítidas y sin interrupciones en mi cabeza. Escribe de un tirón el borrador, dice Carballo. Yo me detengo a corregir cada oración, cada párrafo. El resultado es pésimo: termino con el texto en la papelera de reciclaje. Después corrige cien veces, sigue el periodista, cuando te canses, deja el texto en un cajón e intenta otra cosa. Después vuelves al texto y corriges otras cien veces. O sea, la finalidad de un texto, para mí, no es la publicación, sino poner en el todo lo aprendido. Y para aprender hay que leer.
Creo que a los escritores novatos nos hace falta leer más. Si escribes un cuento es porque, mínimo, has leído mil, escuché que dijo Rafael Ramírez Heredia un día. Creo que ahí está el meollo del asunto. A veces, observo, se quiere escribir sin leer. Una amiga me dijo en una ocasión: “para qué chingados necesito leer libros, si lo que yo quiero es hacer mis propios libros”. Yo pensé: si no lees, no sabes nada del oficio. Leer es descubrir técnicas, voces, ambientes, historias, ideas, etc. Bueno, pero la técnica se aprende, dice Carballo. A escribir se aprende escribiendo. Es la práctica la que hace al maestro. Mientras más escribas mejor, pero entre más corrijas, mucho mejor. Lo primero es la idea, bien clara, por cierto. Después armarse de paciencia y valor para enfrentarse a la hoja en blanco y soltar la primera frase. Quizá la historia no tenga pies ni cabeza a la primera, pero después de cinco años, quizá vaya mejor. Acabo de leer que García Márquez se llevó treinta años en concebir la idea de Crónica de una muerte anunciada, lo cual da a entender que hay más tiempo que vida.
Creo que cuando Carballo me dijo que era necesario corregir más, trató de explicar que el placer de crear está en el proceso de corrección. Escribe el borrador de un putazo, dice el periodista. Después le das forma. Con las correcciones la historia queda más nítida. Más concisa. No se deja cabo suelto. Las frases penetran la mente del lector. Se quedan allí. No se olvida. Pero, ¿cómo hacerle? Pues practicando a diario, con paciencia y buen ojo, se mofa el autor de Morir de periodismo.
Pese a lo aquí dicho, me acuso de escribir casi nunca. Las ideas se esfuman apenas veo la página en blanco. Por eso cuando logro concebir una idea clara, me aíslo, me encierro con llave y pongo un letrero en la puerta del estudio que dice: “No molestar”. Cuando termino el borrador me voy a dormir o a caminar o a fumar. Al siguiente día es cuando empieza el verdadero trabajo: corregir. Sin embargo, cuando no escribo, leo. Tres horas mínimo. Y cuando me presiono porque no he escrito nada, me frustro y e intento escribir a como dé lugar. Pero fracaso. Sólo hay ideas estropeadas y confusas en mi mente. Suspiro. El camino no es ese, me digo. Tranquilo, hay tiempo. Y desde no sé dónde, una vocecita me susurra: “Calma, Ornán, calma”. Me río. Primero aprende a escribir, me digo, después hablamos.

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