domingo, 17 de julio de 2011

Atardeceres con lluvia.


I

Un atardecer lluvioso es un cuchillo en el corazón. Una lágrima que estalla el alma. El recuerdo triste de un día soleado. El hastío por buscarse en una esquina, o en un hotel llorando recuerdos. O muriendo a orillas de un camino olvidado.

Las tardes así son como las lágrimas de mamá. Tristes, olvidadas y lejanas. Sin otra cosa qué hacer que pensar en ellas y contemplarlas.

II

Es domingo y la lluvia baña la ciudad. El agua es fría y pareja. Anega las calles de nostalgia y recuerdos que se escurren al corazón. En las calles la tristeza se confunde con un semáforo sin luces. Y la nostalgia amordaza la lengua y despierta los recuerdos.

La ciudad está vacía y da tristeza verla así. Sin ruido. Sin coches que arañen su tranquilidad de sapo. Si niños que pidan limosna. Sin ancianos a la entrada de las iglesia. Sin pordioseros que resguarden las sombras de los arboles.

III

En las tardes de lluvias el campo entristece. Se vuelve un anciano triste y sin recuerdos. Sin nada qué contar. El canto de los pájaros enmudece bajo el peso de la nostalgia. Los caminos se inundan impidiendo el paso a las hormigas. El cangrejo se esconde en el fondo del silencio. Los sapos, negros como la noche, no le cantan a la luna. Y la serpiente, ágil y ligera, se enrosca sobre su cola y se muerde el cascabel bajo una piedra. Y el agua lo cubre todo. Lo inunda todo. Se extiende por los valles y por las colinas. Se mete bajo las piedras y bajo los ojos. Nos ahoga. Nos pierde en la maraña de los tiempos. Y allí nos deja, sin nada y solos. Desnudos de nosotros mismos y con el llanto de fuera.

IV

Cuando llueve pienso en mi muerte. Un día donde se ríe, llora o se va al mercado. Quizá es el día exacto para dormir. Dejarse envolver por la quietud de la luz que ciega los sentidos al despertar. Cerrar los ojos e ir en busca del sol por un sendero ardiente. Correr tras la luna por una estela luminosa y blanca. Tomar un par de estrellas y hacerme un collar brillante como las lágrimas de mamá que iluminen la oscuridad. Ir por allí dejando ideas, sentidos y pensamientos en las ramas de un árbol cualquiera. Volverse luz. Filamento de luz en los ojos del jaguar o del pavorreal.

Porque la muerte es así, misteriosa y mansa como un animal. Como una víbora que acecha el silencio. Como el agua dormida dentro de un pozo. Como la luz que dormita en los ojos del niño. Como la palabra quieta y apacible del anciano. Como la lluvia que baña las pupilas del que sueña en la banca de un parque. Porque la muerte es vida y vive en la soledad de la noche. En las calles vacías. En los hoteles sucios y mal olientes. En los árboles y debajo de las piedras y debajo del agua.

Pero la muerte es paciente. Aguarda el tiempo en que los hombres nos decidamos a morir.

V

Llueve en la ciudad. Es una llovizna fina y ligera. Una lluvia que invita a volverse piedra. O un animal asustado. O enterrarse en los recuerdos.

La llovizna inunda las calles de recuerdos que la devoran. La sangran. Las personas se buscan y se encuentren en las lágrimas. En el dolor. En la soledad. En el silencio. Y entonces pienso en ti. En tu sonrisa que se enreda al viento y se perfuma en las flores del campo. Que navega en los arroyos entre piedras negras y limpias. Que recorre senderos, valles y laderas. Y que a veces se confunde con la sonrisa quieta de un pájaro.

La lluvia arrecia y tengo frío. Tirito. Aún no sé de ti, ni de tu sonrisa, ni de tu pelo. El viento no sopla y la ciudad está como dormida. Como si de pronto le hubieran arrancado los recuerdos de las entrañas y tengo miedo. Y entonces rezo tu nombre para alejar a los demonios que me habitan.

1 comentario:

  1. Hola, me gusto mucho. Quizá porque describe perfectamente el vacío que estoy experimentando. Felicidades

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