miércoles, 7 de septiembre de 2011

Ya te vi, bebé.

Eduardo en Chinkultin

Nos quedamos para ver al ginecólogo y saber de ti. El médico era de piel blanca, cara robusta y voz grave.

— ¿En qué puedo servirles?—, preguntó al recibirnos. 

Tu madre, alta y panzona, tartamudeó.

—Eh… me mandaron del ISSTECH —, y extendió un pase médico.  

El ginecólogo tomó el papel, y mientras lo examinaba, preguntó:

            — ¿Tiene dolor?

            —No —respondió tu madre, y con la barbilla señaló los zapatos del médico que semejaban cuernos de rinocerontes.

—Bueno hace rato tenía molestias, pero ya no — continuó mamá con una sonrisa en los labios, y al instante recordé que un día yo me puse un par de zapatos parecidos al del médico, y tu mami, maliciosa, no paró, en una semana, de llamarme Aladino.

El médico seguía con la mirada en el papel, ajeno a las burlas contra sus zapatos brillosos. En el consultorio había estantes con libros de medicina y psicología. Sobre el escritorio una computadora e impresora. Frente a la maquina una silla acojinada. Y al fondo un cuartito con aparatos médicos. Desde una esquina un ventilador revolvía el aire caliente.

Tu mami vestía pantalón de mezclilla y una blusa blanca, holgada, que dejaba a la vista una pancita de cuatro meses de embarazo.

—Pase por aquí—, dijo el doctor poniéndose en pie y meneando el trasero como un pato rumbo al cuartito de los aparatos.

— ¿Cuántos embarazos ha tenido? — le indicó a tu madre se recostara sobre un sillón.

—Es el primero — respondió ella.

El doctor anotó en un papel.

— ¿Es alérgica a algún medicamento? —preguntó. 

—No—respondió tu madre mientras se descubría el vientre.

El médico anotó.

—Voy a hacerle un ultrasonido— dijo.

 Untó gel al vientre de tu mami, cogió un aparato en forma de pistola y lo deslizó sobre la panza. Yo me mordía las uñas mientras observaba.

— ¿Qué quiere, niño o niña?—, preguntó el ginecólogo.

Tu mami, nerviosa, respondió:
—Lo que Dios diga.

Ni madres, pensé rencoroso. En todo caso el que debe desear niño o niña soy yo, no

Dios. Él no va a criarlo, comprarle pañales, leche, educarlo o desvelarse. De seguro deseas niña, canija, y no quieres decírmelo. Si es así, yo quiero niño.

Entonces, desde mi esquina, quise gritar ¡Quiero niño!, pero apenas emití un gruñido de perro apaleado que nadie escuchó.

El médico deslizó el aparato sobre el vientre de tu mami de distintas maneras y por distintos lados, hasta que apareciste. Vi tu cabecita, tus manitas, tus huesos, tus piernitas. Luego el ginecólogo pulsó un botón de aquella pantalla y observé tu sangre irrigada por todo tu cuerpecito. Después, a través de unas bocinas, escuché los latidos de tu corazoncito.

—Es un varoncito—, dijo el médico como si hablar le gastara la voz al grado de quedarle un susurro inaudible.

Al escuchar aquella noticia sentí deseos de salir corriendo y gritar: ¡Voy a hacer padre de un niño! Sentí mi corazón latir de prisa. Quise llorar, tirarme de espaldas, saltar, desmayarme. La suerte estaba echada. Eras niño y te llamarías Eduardo. El nombre lo discutimos con tu madre meses atrás. Si hubieras sido nena, te llamarías Ximena, pero eras nene y eso era lo que importaba.

 Allí estabas, nadando en un mar de líquido amitótico. Deseé tenerte en mis brazos y arrullarte. Pero el médico rompió aquellos pensamientos al imprimir tus imágenes y ordenar a tu madre subirse el pantalón. Observé por última vez a la apantalla e interpreté el movimiento de tus manitas como un saludo de amigos. El médico dio cita para un mes y nos despidió.

Salimos de aquel consultorio y lo primero que dije a tu mami fue que el médico era un perfecto pendejo. Ni siquiera sonrió, mucho menos te alagó, bebé.

Abracé a tu mami, te dirigí unas palabras y un abrazo. Nos dirigimos a la terminal de las combis a Palenque y subimos a una.

Hace más de cuatros horas que llegamos a la comunidad y no para de llover. Hace frío. Tu mami duerme, pero que tú no, pienso. Me observas mientras escribo estas líneas y fumo.


Suluphuitz, Lunes 27 de octubre de 2008.

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