Diez meses.

Eduardo, mi nene.

Ayer, Eduardo cumplió diez meses de vida. Lo celebró con un puré de zanahoria, agüita y frijoles licuados; de postre Quiero a los animales de Flora Mcddonell. Después de varios eructos, se durmió. Verlo con las piernas abiertas y los bracitos en cruz, me hizo semejarlo a un muñequito de trapo.

 Luce gordito y cachetón. Y no duda un momento en presumir sus cuatro dientecitos en cada sonrisa. No le gusta estar solo. Llora y gime. Y cuando yo, con los brazos abiertos, voy a su encuentro suelta sonora carcajada y me lame la cara. Abre sus carnosos labios y ¡zas!, clava sus dientecitos en mi nariz. Su felicidad sólo se ve compensada con abrazos y los libros que va tomando en su paseo por la biblioteca a bordo de su andadera.

 Hace unos días balbuceó: maaaa, paaaa, lo que desató una guerra entre Rita y yo. Ambos deseamos que la primera palabra que balbucee sea mamá o papá, según el caso. Pero él, pícaro y despreocupado, sólo nos torea. Cuando quiere la “chichi”, dice maaaa. Y cuando quiere que lo lleve a escuchar música y bailemos, dice paaaa.

 También descubrimos que identifica algunas cosas. Sigue con la mirada el vuelo de un pájaro y ubica, por el mugido, a una vaca. Cuando le escondo un juguete, él, sonrisita en los labios, agacha la cabeza hacia adelante, e impulsado con las piernitas, corre en busca de lo robado. Si no lo encuentra se pone furioso. Arruga la carita, se enjuga las lagrimitas de los ojos y grita. Sólo se calla cuando Rita, madre amorosa, le ofrece los pechos abultados de leche.

Le gustan los animales y la naturaleza. Lo sabemos por los destellos de sus ojitos cuando vamos al campo. Además ríe con todos. Eso me agrada. Da a entender que será de personalidad desenvuelta. Pero cuando duerme se queda quietecito como un oso en su cueva. Justo ahora que escribo estas líneas él duerme. A veces patalea y se encoje sobre sus piernita en posición fetal. Se ve lindo, tierno, indefenso. ¿Será acaso, que por ser su padre, lo amo y lo disfruto?