Amaneció nublado y las calles sin autos ni risas o llanto de niños. El silencio de domingo lo estremece todo con su cara de espanto. Declara la guerra a las sonrisas. Amordaza las lenguas. Pudre los ojos. Carcome el corazón e infecta el alma. El silencio entra por los poros y se esconde entre las vísceras. Y desde ahí asesina al individuo. Lo vuelve frío como una piedra. Le arranca el hígado, después la lengua.
Entonces, para no morir, es necesario beber café o vino. Besar a una mujer y hacer el amor. Después reír.
Sólo así el silencio habla.
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