Rita en Acapulco |
Rita, el tiempo no se detiene. O dicho de otra manera, nosotros
avanzamos en el tiempo. Digo esto porque cumplir años no me gusta. Es como
acercarme al fin. A la muerte. Y pensar en morir cuando se ha degustado de los
placeres de la vida, resulta difícil. Sin embargo, morir es parte de la vida.
Quizá sólo somos muerte aprendiendo a vivir. No sé.
Qué bueno
saber que estás envejeciendo. Y que lo haces a mi lado. Que en algún momento de
la vida decidimos juntarnos. Y que hoy, después de algunos años, más viejos,
aún seguimos caminando a no sé dónde, y lo mejor de todo, con Eduardo, nuestro
hijo. Muchas veces me detengo a pensar la vida. ¿Llegaremos a envejecer como
esos abuelos que tanto amamos? Si es así, cómo te imaginas qué seremos. Quizá
serás una anciana alta, de cabellos canos y algo jorobadita por los años. Yo un
viejecito achacoso, calvo, con dolores de reumas, y caminando de un lado a
otro. Y viviremos, eso sí, en el campo. Y a veces, de vez en cuando, Eduardo,
nuestro único y adorado hijo, nos visitará y entonces, tú y yo, niña, sabremos
que la vida tuvo un sentido y que es hora de partir. Si no la hacemos juntos,
hay que recordarnos. Vernos en el tiempo como un par de niños jugando a ser
hombres. Que sean los recuerdos los que ayuden al que queda de los dos a
soportar la espera. Rita, cuando escribo esto lloro porque te amo. Porque te
has ganado mi corazón y mis pensamientos. Porque eres y seguirás siendo, aunque
nuestros cuerpos viejos y rugosos digan lo contrario, mi niña.
¿Has
pensado en irte de mi lado? Yo sí. El destino es ingrato y puede jodernos en un
abrir y cerrar de ojos. Por eso hay que estar atentos. Preparados. Pienso en
ello, cuando me quedo observándote. Y es que allí, en los ojos, muy adentro,
escondida, está la cochina muerte. Sólo hay que buscarla para saber que el
tiempo que tenemos se debe disfrutar.
Pero no
hay que ponerse tristes. Ahora hay que vivir. Tú, pese a que sumas otro año de
vida a los ya vividos, aún eres esa niña loquita y sencilla de la que me
enamoré hace años. ¿Recuerdas? Cabello suelto, sin peinar, mezclilla y tenis.
Le restabas importancia a todo y es que todo era nada. Así fue como te conocí.
Una niña creyéndose mujercita en una montaña de colores y bellos sonidos.
¿Recuerdas? Me refiero a Suluphuits, el lugar donde nos encontramos.
Pero
ahora, a unos años de distancia, vuelvo a pensar en ello. De aquel romance loco
resultó el revoltoso de Eduardo. Nuestro nene. Con él aprendimos a ser padres.
Tú no sabías bañarlo y yo aprendí a lavar pañales. Y entonces la vida, la
nuestra, tomó otro sentido. Ahora vivíamos la experiencia de ser padres. Y es
lindo. Con Eduardo a nuestro lado, creciendo, me doy cuenta de que estamos
haciéndonos viejos. Y que tú y yo, niña, seguimos siendo uno. ¿Y ahora que
cumples un año más, qué quieres de la vida? ¿Pensaste en ello? ¿Hacia dónde
apuntarás las flechas de tu destino? Es hora de cambiar Rita. De proponerse
nuevas metas. Ser padres es una experiencia linda, pero debemos ir más allá.
Hay que atrevernos a conquistar nuestros sueños. Buscar la independencia. Ser
uno mismo pues. Quitar de nosotros aquellas emociones que nos lastiman. Que nos
detiene en el tiempo y nos hacen estancarnos. Hay que brillar Rita, como una
estrella en la oscuridad. Levantar la frente y gritarle al mundo: ¡aquí estoy,
y tengo vida!
Creo que
de eso se trata, niña. La vida no tiene sentido si no le impregnas tu estilo. Y
esto hay que hacerlo con coraje y valor. Que Eduardo aprenda eso de nosotros.
Que la felicidad no está lejos, sino cerca. Menos de un paso. Que tu y yo,
siempre seremos uno. Y pese a las diferencias que podamos tener, debe de haber,
siempre, armonía. ¿Acaso resulta difícil esto? Además, niña, sólo nos tenemos a
nosotros. Y estamos juntos, hombro con hombro en espera de lo que pueda pasar.
Quizá a
veces soy una persona mala y te ruego me disculpes. No lo hago con intención.
Se me salen las cosas como a cualquiera, pero tú, nadie más, te has dado cuenta
de la magnitud de mi amor. Los amo tanto que daría la vida por saber que
siempre estarán bien. Y es que cuando los veo felices, sonriendo, me siento un
hombre afortunado. No necesito más para ser feliz que ustedes, mis pocos libros
y algo de dinero para comer. Lo demás se acomoda poco a poco. Y si no, hacemos
que se acomode, mi niña.
Espero
como siempre, Rita, mi niña, un poco de amor.
Tuyo, por
siempre:
Ornán
Gómez.
A sido mi mejor regalo (bueno, también ese par de días en Acapulco). Es un placer compartir la vida a tu lado y con nenorro. Los amo.
ResponderEliminarRita
Gracias por llenar de detalles a esa gran mujer...
ResponderEliminarEs lo mínimo que puede hacer por tanta dicha. Se merece esto y más. La amo.
EliminarHermoso. Bello relato. Provocado por el inmenso amor de una maravillosa mujer. Felicidades Rita.
ResponderEliminarSu amiga hoy y siempre, Mayra.