En Guachimontes, Guadalajara. |
Desperté insoportable. Ella me saludó sonriente y yo la
mandé al carajo. ¿Qué se cree?, pensé. Por culpa de los malditos zancudos y el
insomnio pasé la noche en vela. Sin embargo ella, sólo acostarse, durmió como
un perezoso. Aun cuando le acaricié el vientre, besé sus pechos blancos y
recorrí con mis manos sus piernas largas no despertó.
Hoy, al saludarme, le contesté que el sábado, sin falta, me iba
de putas. Que por culpa suya tenía que masturbarme a diario. Y eso era una
injusticia. Pero ella, impasible, quitada de la pena, mirándome a los ojos, respondió:
¡Tienes que venir temprano! Aquí se coge a las diez, estés o no. Y partió de
casa como si nada.
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