La clave está en no dejar de ser niños, pase lo que pase |
Jorge Octavio Muñoz Florio es docente de primaria y cuenta
cuentos. Ambas actividades le apasionan al grado de pasar la mayor parte de su
tiempo hablando de sus actividades. En primera, dijo para el Programa Nacional
de Lectura región Comitán, con respecto a la lectura, ser docente requiere de
ingenio. De no permitirse, por nada del mundo, que el corazón envejezca y se
vuelva adulto. Siempre es necesario ponerse al nivel de los niños, y eso significa
conocer cómo piensan y aprenden.
La charla con este personaje que
empieza a impactar en el escenario estatal y nacional, se llevó a cabo a las
afueras del café La techumbre de Comitán, Chiapas, donde detalló entre risas y
bromas su necesidad de estar frente a un público, sea de alumnos, docentes o
personas que se dediquen a otro oficio. El docente, en primera, enfatizó, debe
ser un lector de historias infantiles. Las miles lecturas que abarrotan las
bibliotecas de las escuelas nos ayudan a ser mejores humanos y más niños que
adultos.
Florio sostiene que, en promoción de la
lectura, no hay, ni existe, una estrategia más eficaz e impactante como la
lectura en voz alta. Y es en esta técnica, donde según el cuenta cuentos, se
conjugan una serie de habilidades que permitirán al docente impactar en sus
escuchas. Ejemplo de ello, enumera: manejo de escenarios, capacidad para
interpretar distintos personajes con la voz, (en este momento nuestro cuenta
cuentos se suelta a realizar distintas voces que van desde el agudo al grave
imitando a hormigas, dragones, luego ríe), además, continúa, el docente debe
quitarse la pena y practicar gestos faciales. Esto último encanta a los niños.
Si se conjugan gestos con una serie de voces y manejo de escenarios, seguro que
los niños piden más y más cuentos.
Florio, delgado, cabello corto, rostro un
poco alargado y mirada de lince, sopesa sus palabras cuando le pregunto desde
cuándo decidió contar cuentos. Mira, dice, en casa, cuando era niño, había
libros. Mi padre es profesor y mi madre una lectora apasionada, por lo que en las
tardes nos leían historian que luego yo buscaba en los libros para corroborar
que aquello que me contaban fuera cierto. Creo que si ellos no nos hubieran
acercado a los libros difícilmente yo fuera lector. En secundaria tenía un
amigo con el que compartía mis lecturas. En ese entonces estaban de moda las
historietas del Hombre araña y Batman, entre otros. Entonces se nos
ocurrió que esos personajes convivieran con los demás compañeros de salón de
clases, por lo que decidimos caracterizarlo con la voz. Así que fuimos a mi
casa y nos encerramos en mi habitación a leer y grabar la historia, pues
haríamos una especie de radio, tomando como ejemplo el programa de Kaliman. A la mañana siguiente los
maestros nos felicitaron por tal hazaña y yo descubrí que se me facilitaba
hacer voces por lo que desde ese momento empecé a leer cuentos en el salón de
clases por mandato de la maestra.
Después descubrí, continúa Jorge
Octavio, que si a mi voz le agregaba movimientos corporales y gestuales, la
historia era más atractiva. Lo hice, y como pago a mis experimentos, el
director de la escuela me puso a contar historias todos los lunes antes del
homenaje lo cual era divertidísimo, todos querían más historias. Imagínate,
dice Florio divertido, el trauma que experimenté. Yo tenía casi once años y ya
era famoso.
Por qué es importante que en las
escuelas se narren historias en voz alta, le pregunto mientras doy un sorbo a
la taza de café. Florio mira hacia las calles donde los coches avanzan despacio
y dice, “Porque es allí donde uno aprende muchas cosas que pueden servirnos en
la vida. Mira, dice serio, si los maestros sólo se dedican a enseñar
matemáticas e historia, la escuela resulta algo aburrida. Pero si nos leen
cuentos y nos motivan a leer en nuestras casas, algo parecido como lo que
hicieron conmigo en la secundaria cuando me nombraron cuenta cuentos, la cosa
cambia. Entonces uno llega a la escuela motivado porque algo nuevo va a suceder.
Después de reírnos con una buena historia, o ponernos tristes, las clases ya
saben distintas. Como que uno empieza a echarle ganas. Cuando yo termino de
contar historias, los niños se acercan y me abrazan. Luego van a los libros
para corroborar que sea cierto lo que leí. Después de eso trabajamos las
asignaturas y los noto entusiasmado. Eso hace que ame a mis niños, dice
nostálgico pues hace unos meses lo comisionaron como ATP al sector 8 de
primaria a cargo del profesor Alexis López Toledo para realizar actividades de
lectura en voz alta en las escuelas de ese sector.
Cuando le pregunté si su objetivo era
promocionar los libros o promocionarse él como cuenta cuentos, dijo: “A caray,
ya me jodiste” y empezó a reír como niño travieso. Es sencillo, continuó tras
secarse las lágrimas provocada por las carcajadas, no voy a negar que no me
gustaría reconocieran mi trabajo, pues adoro lo que hago. Pero volviendo al
tema de promover los libros, puedo decirte que yo encarno las historias. Hago
dos cosas a la vez. Promociono los libros del rincón pues son con los que
trabajo y me promociono. Hace poco tuve la oportunidad de presentarme en la
ciudad de México donde conocí a Benjamín Briseños y otras personalidades, para
presentar, precisamente, una colección de libros del rincón en la serie al sol
solito, y con lo que se responde a tu pregunta. Me interesa, de manera ingenua,
que los libros que la SEP nos da a las escuelas sean conocidos. Muchos cuenta
cuentos, escritores o actores o licenciados, qué sé yo, están en esos salones
de clases en espera de que alguien los motive para que conquisten sus sueños.
Mira, dice alegre, si yo no hubiera decidido ser maestro, con gusto me hubiera
dedicado al baile y a cantar, (aquí imita a Pedro Infante) lo cual hace que los
meseros y clientes volteen a vernos y aplaudan), ves, me dice, todo se
relaciona, música, baile y libros. Seguro alguno de estas personas, dice
mirando a su alrededor, irá a escuchar a Pedro Infante después de oírme, y se
ríe. Lo mismo pasa con los libros. Cuando leo, los que me oyen, seguro van y
buscan las historias.
Entusiasmado por lo que acabo de
presenciar, y olvidando que la charla es para escribir un texto, le pido sin
pena: Oye, cuenta un cuento. Florio se ríe como un verdadero pícaro y empieza a
contar con voz delgada, chillona, atrapante, el cuento de Galileo lee. Los clientes del café nos miran y también los meseros.
Florio entona, hace gestos, mira a los ojos de su publico que está atento.
Segundos después termina llevándose aplausos como un torero que tras derribar
de una estocada a su presa es recompensado con vivas y gritos de emoción.
Apenas creo que este hombre menudito y sencillo sea capaz de conmovernos hasta
las lágrimas con sus historias. Le doy la mano olvidado completamente el escrito
que debo redactar y le digo, no seas malvado, sigue contando historias, y me
dice, irónico, oye, tengo disco a la venta por si te interesa, y empieza a reír
de nuevo.
Florio es un hombre con una capacidad
de sugestión. Aquel que lo escuche debe estar preparado para reír a carcajadas
y olvidarse de los compromisos del día o perder la pena y llorar. Ambas
emociones sanan el corazón. Florio, le digo, qué se necesita para volverse un
maestro cuenta cuento. Me mira con sus ojos color miel como intentado convencerme
de una vez por todas y dice: Ornán, sólo pido una cosa, que los maestros no
olviden jamás que fueron niños. Eso, su mirada se vuelve triste, es lo
fundamental. Si como maestro llegas al salón de clases investido por tu
autoridad de jefe, vas a desgraciar muchas vidas, y eso, hermano, es
imperdonable. Florio mira hacia al parque donde los boleros dan grasa a los
zapatos de sus clientes, y remata, por eso, aunque muchos digan que estoy loco,
seguiré, a como de lugar, siendo un niño.
Es hora de partir. Florio está alegre,
entona Si nos dejan imitando a Pedro
Infante, pagamos la cuenta y caminamos hacia el estacionamiento donde dejó su
coche. Saca una cámara fotográfica y dice, sonríe coño, que quiero conservar
una foto tuya para cuando sea famoso, y empieza a reír como un niño que no para
de hacer travesuras.
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