domingo, 9 de septiembre de 2012

Ser niños, un regalo de Dios

La clave está en  no dejar de ser niños, pase lo que pase


Jorge Octavio Muñoz Florio es docente de primaria y cuenta cuentos. Ambas actividades le apasionan al grado de pasar la mayor parte de su tiempo hablando de sus actividades. En primera, dijo para el Programa Nacional de Lectura región Comitán, con respecto a la lectura, ser docente requiere de ingenio. De no permitirse, por nada del mundo, que el corazón envejezca y se vuelva adulto. Siempre es necesario ponerse al nivel de los niños, y eso significa conocer cómo piensan y aprenden.   
La charla con este personaje que empieza a impactar en el escenario estatal y nacional, se llevó a cabo a las afueras del café La techumbre de Comitán, Chiapas, donde detalló entre risas y bromas su necesidad de estar frente a un público, sea de alumnos, docentes o personas que se dediquen a otro oficio. El docente, en primera, enfatizó, debe ser un lector de historias infantiles. Las miles lecturas que abarrotan las bibliotecas de las escuelas nos ayudan a ser mejores humanos y más niños que adultos.  
Florio sostiene que, en promoción de la lectura, no hay, ni existe, una estrategia más eficaz e impactante como la lectura en voz alta. Y es en esta técnica, donde según el cuenta cuentos, se conjugan una serie de habilidades que permitirán al docente impactar en sus escuchas. Ejemplo de ello, enumera: manejo de escenarios, capacidad para interpretar distintos personajes con la voz, (en este momento nuestro cuenta cuentos se suelta a realizar distintas voces que van desde el agudo al grave imitando a hormigas, dragones, luego ríe), además, continúa, el docente debe quitarse la pena y practicar gestos faciales. Esto último encanta a los niños. Si se conjugan gestos con una serie de voces y manejo de escenarios, seguro que los niños piden más y más cuentos.
Florio, delgado, cabello corto, rostro un poco alargado y mirada de lince, sopesa sus palabras cuando le pregunto desde cuándo decidió contar cuentos. Mira, dice, en casa, cuando era niño, había libros. Mi padre es profesor y mi madre una lectora apasionada, por lo que en las tardes nos leían historian que luego yo buscaba en los libros para corroborar que aquello que me contaban fuera cierto. Creo que si ellos no nos hubieran acercado a los libros difícilmente yo fuera lector. En secundaria tenía un amigo con el que compartía mis lecturas. En ese entonces estaban de moda las historietas del Hombre araña y Batman, entre otros. Entonces se nos ocurrió que esos personajes convivieran con los demás compañeros de salón de clases, por lo que decidimos caracterizarlo con la voz. Así que fuimos a mi casa y nos encerramos en mi habitación a leer y grabar la historia, pues haríamos una especie de radio, tomando como ejemplo el programa de Kaliman. A la mañana siguiente los maestros nos felicitaron por tal hazaña y yo descubrí que se me facilitaba hacer voces por lo que desde ese momento empecé a leer cuentos en el salón de clases por mandato de la maestra.
Después descubrí, continúa Jorge Octavio, que si a mi voz le agregaba movimientos corporales y gestuales, la historia era más atractiva. Lo hice, y como pago a mis experimentos, el director de la escuela me puso a contar historias todos los lunes antes del homenaje lo cual era divertidísimo, todos querían más historias. Imagínate, dice Florio divertido, el trauma que experimenté. Yo tenía casi once años y ya era famoso.
Por qué es importante que en las escuelas se narren historias en voz alta, le pregunto mientras doy un sorbo a la taza de café. Florio mira hacia las calles donde los coches avanzan despacio y dice, “Porque es allí donde uno aprende muchas cosas que pueden servirnos en la vida. Mira, dice serio, si los maestros sólo se dedican a enseñar matemáticas e historia, la escuela resulta algo aburrida. Pero si nos leen cuentos y nos motivan a leer en nuestras casas, algo parecido como lo que hicieron conmigo en la secundaria cuando me nombraron cuenta cuentos, la cosa cambia. Entonces uno llega a la escuela motivado porque algo nuevo va a suceder. Después de reírnos con una buena historia, o ponernos tristes, las clases ya saben distintas. Como que uno empieza a echarle ganas. Cuando yo termino de contar historias, los niños se acercan y me abrazan. Luego van a los libros para corroborar que sea cierto lo que leí. Después de eso trabajamos las asignaturas y los noto entusiasmado. Eso hace que ame a mis niños, dice nostálgico pues hace unos meses lo comisionaron como ATP al sector 8 de primaria a cargo del profesor Alexis López Toledo para realizar actividades de lectura en voz alta en las escuelas de ese sector.
Cuando le pregunté si su objetivo era promocionar los libros o promocionarse él como cuenta cuentos, dijo: “A caray, ya me jodiste” y empezó a reír como niño travieso. Es sencillo, continuó tras secarse las lágrimas provocada por las carcajadas, no voy a negar que no me gustaría reconocieran mi trabajo, pues adoro lo que hago. Pero volviendo al tema de promover los libros, puedo decirte que yo encarno las historias. Hago dos cosas a la vez. Promociono los libros del rincón pues son con los que trabajo y me promociono. Hace poco tuve la oportunidad de presentarme en la ciudad de México donde conocí a Benjamín Briseños y otras personalidades, para presentar, precisamente, una colección de libros del rincón en la serie al sol solito, y con lo que se responde a tu pregunta. Me interesa, de manera ingenua, que los libros que la SEP nos da a las escuelas sean conocidos. Muchos cuenta cuentos, escritores o actores o licenciados, qué sé yo, están en esos salones de clases en espera de que alguien los motive para que conquisten sus sueños. Mira, dice alegre, si yo no hubiera decidido ser maestro, con gusto me hubiera dedicado al baile y a cantar, (aquí imita a Pedro Infante) lo cual hace que los meseros y clientes volteen a vernos y aplaudan), ves, me dice, todo se relaciona, música, baile y libros. Seguro alguno de estas personas, dice mirando a su alrededor, irá a escuchar a Pedro Infante después de oírme, y se ríe. Lo mismo pasa con los libros. Cuando leo, los que me oyen, seguro van y buscan las historias.  
Entusiasmado por lo que acabo de presenciar, y olvidando que la charla es para escribir un texto, le pido sin pena: Oye, cuenta un cuento. Florio se ríe como un verdadero pícaro y empieza a contar con voz delgada, chillona, atrapante, el cuento de Galileo lee. Los clientes del café nos miran y también los meseros. Florio entona, hace gestos, mira a los ojos de su publico que está atento. Segundos después termina llevándose aplausos como un torero que tras derribar de una estocada a su presa es recompensado con vivas y gritos de emoción. Apenas creo que este hombre menudito y sencillo sea capaz de conmovernos hasta las lágrimas con sus historias. Le doy la mano olvidado completamente el escrito que debo redactar y le digo, no seas malvado, sigue contando historias, y me dice, irónico, oye, tengo disco a la venta por si te interesa, y empieza a reír de nuevo.
Florio es un hombre con una capacidad de sugestión. Aquel que lo escuche debe estar preparado para reír a carcajadas y olvidarse de los compromisos del día o perder la pena y llorar. Ambas emociones sanan el corazón. Florio, le digo, qué se necesita para volverse un maestro cuenta cuento. Me mira con sus ojos color miel como intentado convencerme de una vez por todas y dice: Ornán, sólo pido una cosa, que los maestros no olviden jamás que fueron niños. Eso, su mirada se vuelve triste, es lo fundamental. Si como maestro llegas al salón de clases investido por tu autoridad de jefe, vas a desgraciar muchas vidas, y eso, hermano, es imperdonable. Florio mira hacia al parque donde los boleros dan grasa a los zapatos de sus clientes, y remata, por eso, aunque muchos digan que estoy loco, seguiré, a como de lugar, siendo un niño.
Es hora de partir. Florio está alegre, entona Si nos dejan imitando a Pedro Infante, pagamos la cuenta y caminamos hacia el estacionamiento donde dejó su coche. Saca una cámara fotográfica y dice, sonríe coño, que quiero conservar una foto tuya para cuando sea famoso, y empieza a reír como un niño que no para de hacer travesuras.

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