viernes, 7 de diciembre de 2012

La música, bálsamo al corazón




Jesús Hernández Santiz es un hombre menudito y alegre que conocí en el parque de san Sebastián de Comitán, Chiapas; por cierto, es un lugar con pasillos adoquinados donde se aprecia flores de  múltiples colores a sus costados. Pasaba por allí cuando vi una multitud de personas y oí la algarabía que propiciaba una marimba. Bajé del coche para averiguar. En efecto, en el quiosco había una marimbita, una batería y un órgano. Los que tocaban eran tres. Dos jóvenes, y una persona de baja estatura que movía manos y pies como si lo zarandeara una fuerza invisible. Vestía playera blanca, pantalón oscuro, y lentes para sol.  
Después de observar su baja estatura, sus dientes amarillos, sus arrugas que se acentuaban con cada sonrisa y la emoción que le impregnaba a su oficio decidí platicar con él. Lo abordé en un descanso. Jesús Hernández Santiz tiene 52 años de edad y es originario de Villa las Rosas, Chiapas. Se inició en la música cuando contaba con 11 años de edad y nadie le enseñó, dijo orgulloso mientras alisaba su bigote grueso y negro.


 “No quise dedicarme al campo, comentó. Algo en mi corazón me indicaba que debía hacer otra cosa. En eso me gastaba mi tiempo: descubrir qué hacer con mi vida. Hasta que lo encontré. Iba yo caminando no sé a dónde, cuando oí, como un susurro de torcaza, una musiquita. Al principio quedita, después enjundiosa. La seguí y llegué a la puerta de una de las casitas pobres de mi pueblo. Sobre una mesita vi un radio de pilas de donde escapaba la melodía que hizo que mis pies se movieran como peces fuera del agua. Desde ese momento la música no me dejó que hasta soñaba con ella, por lo que decidí ser músico. Aprendí con latas y palitos. Lo que oyera, lo imitaba en mis latas. Sólo tenía que escuchar.

“Sabes, me dice el hombrecito en confesión, yo no sé leer ni escribir. En mi pueblo era difícil asistir a la escuela porque teníamos que trabajar. Además no me gustó. Pero leer no es problema. Como soy músico natural, sólo basta seguir el ritmo. Y si fuera una necesidad, seguro lo aprendería en un ratito.

“Desde que tenía once años decidí hacer música, continúa Jesús Hernández Santiz que no deja de bailar los pies. Entonces vine a Comitán y trabajé como chalán de marimbistas, que fue donde aprendí más. Pero luego pensé que debía formar mi propio grupo e integré Ecos del valle, el primero, el original, porque este que miras, me señala con el índice los instrumentos, es el segundo. En un principio todo estaba desorganizado, pero luego perfeccioné mi trabajo, cuando me di cuenta de que la música me daría de comer. En esos aprendizajes andaba cuando descubrí que lo mejor de la música es el “show”. Por eso en mis presentaciones bailo, salto, rio y canto. Es la magia de la música, aunque hay quien piensa de manera diferente a mí, y se respeta”.

Ante la pregunta, por qué de todos los instrumentos se decidió por la marimba, Jesús Hernández, a quien le apodan “el chaparrito” en muchos lugares, dice:

“Me decidí por la marimba porque era lo que se oía en algunas radios allá por el 1965 en mi pueblo. Además mis padres gustaban de esa música, pero se les hacía propio de gente “importante”, dice nostálgico el marimbista. Además la música de marimba es como una caricia para el corazón. Por algo es marimba y propio de adultos, sonríe pícaro Jesús Hernández y manotea al aire como alcaraván”. 



 El director de Ecos del valle es acompañado en la batería por Israel de Jesús Hernández Santiz, su hijo. Y en el órgano por Arbey Matías Bravo, su sobrino. La compañía musical lleva doce años de vida, y se han presentado en múltiples eventos para alegrar a la gente. De las ciudades que han visitados destacan Villa Flores, Tuxtla Gutiérrez, Villa las Rosas, Comalapa y Chicomuselo.
   
“Lo importante es el estado de ánimo, enfatiza el chaparrito. Siempre que voy a un evento pienso que ese día diosito me a llevar con él después de mi presentación. Por eso me entrego. Toco como si fuera el último día de mi existencia, y al parecer resulta. La gente queda contenta y no quieren que me vaya, dice algo triste. Eso mismo es lo que le digo a estos, pero no me hacen caso, con la mirada se dirige a su hijo y sobrino. Ellos “seriesotes” y yo ríe que ríe como loco”. El chaparrito suelta una carcajada que hace que las personas que están a nuestro lado volteen y sonrían. Se nota en sus ojos el cariño que le profesan a este hombre que no deja de prodigar alegría.

“A mi me gustaría que mucha gente conociera mi trabajo, dice Jesús Hernández. Quisiera regalarles sonrisas. Decirles con mi música lo hermoso que es la vida. Que sólo estamos aquí para reír, cantar y bailar” el chaparrtio.
De pronto la gente que está alrededor del quiosco empieza a gritar: ¡Otra, otra, otra! Al chaparrito le brillan los ojos como si un par de brazas ardieran en sus pupilas y me da la mano mientras dice:
 “No puedo hacer esperar a mi gente”.

Sube al escenario y es recibido con aplausos. Hace una seña a sus dos acompañantes y empiezan  El camarón pelao que acompaña con gritos y pasos de baile al estilo Tin Tán, el comediante de cine.


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