Ella dijo:
—El futbol
hace idiota a los hombres —y su esposo miraba elpartido América - Cruz azul en
una pantalla plana a mitad del centro comercial.
—Cuando no está frente a la televisión —continuó refiriéndose
al marido—, tiene una cerveza en la mano.
Tenía piernas
esbeltas, pechos menuditos y la cabellera rubia le caía en cascada sobre los
hombros.
—Es un adicto
empedernido. Cuando el américa juega, el mundo se termina. Nada existe fuera de
la televisión y de esos pendejos que corren tras el balón como si la vida se
les fuera a terminar en la cancha.
Sus labios
carnosos temblaron de coraje.
—Mira —sus
ojos eran grandes y azules—, cuando ese pinche equipo está jugando, este
pendejo —señaló con la barbilla a su esposo—, se vuelve más idiota. Ese maldito
tiempo es el peor de mi vida. Empieza a gritar: ¡tócala, dáselo al otro, anda,
tira, arbitro pendejo, hijo de tu chingada madre, vendido, es faul, mira bien,
tira, anda, goooooool! Y celebra bebiendo la cerveza de un trago. Si su equipo
pierde me grita, ¿qué miras?, tú no sabes nada de futbol. En esas horas se
olvida de que soy mujer y necesito atención —me observó coqueta mordiéndose el
labio inferior—. Y ahí lo tienes hecho un pendejo abriendo la boca.
El marido,
un tipo delgado y alto, manoteaba frente al televisor como un endemoniado
rociado con agua bendita.
—Veníamos
a comprar la despensa y aquí me dejó solita como una idiota —dijo acariciándome
las manos—. Dos horas sin nada que hacer.
Me acarició
coqueta los dedos.
Mentalmente
conté el dinero que traía en el bolsillo y salimos. Dos horas era tiempo
suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola. Aquí puedes dejar tus comentarios.