Conocí a Luis Antonio Rincón
García en un taller de narrativa que impartió Marco Aurelio Carballo. No
recuerdo que nos hubiera leído algún cuento de su autoría, pero sí que mencionó
que la ciudad de Toluca, o Puebla, no lo sé con exactitud, eran excelentes ciudades
para que un escritor se dedicara a escribir en calma. También mencionó que en
esos momentos hacía estudios de posgrado y desarrollaba una tesis sobre Zinacantán
que era un pueblo tzotzil que llamaba su atención por su costumbre y tradición.
En ese lugar estudiaba, dijo, las relaciones sociales que determinan la vida de
los habitantes de ese paraje y que, si tenía suerte, escribiría una novela inspirada
en ese lugar. Después de aquel encuentro no volví a saber de él.
Los
talleres de Marco Aurelio continuaron propiciando en los que asistimos la certeza
de que nos convertiríamos en escritores célebres. Sino premios nobeles, al
menos galardones Rosarios Castellanos con miras a obtener el Juan Rulfo en
algún momento de nuestras vidas. Al termino del taller salimos blandiendo a
diestra y siniestra diálogos, acciones y descripciones que son unidades que dan
fuerza a una historia; además nos ensañamos con las cacofonías, las sinalefas,
algunos adverbios, lugares comunes, obviedades y muletillas por considerarlos
unos hijos de la chingada que afean la estética de la narrativa. Pensábamos que
saber de ellas, aplicarlas u obviarlas en nuestros textos narrativos nos
convertía por consecuencia en escritores consumados a la talla de Paco Ignacio
Taibo II, José Emilio Pacheco, cuando no a un John Fante o García Márquez, lo
cual, para tristeza de muchos, era una jodida mentira que se extendía como
mancha de aceite en nuestras cabezas.
Después de
los talleres cada uno siguió por su lado. Juan Carlos Moreno que era alto y que
estaba empecinado en escribir relatos tipos a los que se escribieron en el
siglo diecinueve se marchó a los estados unidos para buscar diversión y dinero.
Esteban, un abogado bajito de estatura, serio, exigente en las criticas y un
poco neurótico desapareció entre papeles de alguna demanda de divorcio y el
aroma a limones de las cantinas de Tuxtla. Otro profesor de preparatoria que
venía en motocicleta desde la costa fue atrapado, supongo, por unos brazos de
sus muchas conquistas amorosas de fines de semana. Mi buen amigo Alejandro
Camacho se volvió un trotamundos que recorrió cada rincón de Chiapas, y luego
se fue a vivir a San Cristóbal de las casas donde consiguió un empleo en el
sector salud y escribe notas que refieren sigue en la lucha por conseguir una
novela. Brenda, que en sus narraciones asesinaba a viejitas y animales
domésticos y que más de una vez nos vio como a posibles victimas, consiguió
empleo en una oficina de maestros sindicalizados y ahí sigue haciéndole de
administrativa. Claudia Patricia Fonseca continuó en su trabajo de oficinista
en el gobierno del estado, a la par que pedía al cielo con gritos una
oportunidad para publicar, hasta que Dios se lo concedió y pronto le editarán
un cuentito para niños. Por mi parte continué pegándole a las teclas de la mac
con la esperanza de lograr un par de cuentos. Cuando no hago eso, me dedico a
escribir crónicas de viajes, notas periodísticas y una que otra entrevista para
estar ocupado, además de hacer fotografía. Sin embargo, de todos aquellos que
conocí en los talleres, el único que está produciendo como se debe es el buen Luis
Antonio Rincón García.
Cuando
terminó el taller de creación literaria, Marco Aurelio tomó un avión a la
ciudad de México desde donde escribe para diarios nacionales y revistas. Sé de
él por las notas periodísticas que manda al heraldo de Chiapas, por sus turbocrónicas en la revista El búho, además de Ultimas noticias y Morir de
periodismo, novelas más recientes del escritor tapachulteco. A veces le
escribo correos electrónicos y a veces nada. Sin embargo, de Luis Antonio supe
una tarde que me di una vuelta por el centro cultural Jaime Sabines. En el
auditorio, Luis presentaba Itzelina y los
rayos del sol, una historia infantil que, según oí, construyó a partir de
una charla con una de sus sobrinas que mencionó que el sol se había comido los
colores de una toalla. Fue cuando supe empezaba a entrarle a los putazos
limpios al terreno de la literatura infantil.
Tiempo después,
cuando andaba de turista por Calakmul, Campeche, vi un libro de titulo Raíces de la ceiba. Observé estaba
editado por el coneculta de Chiapas y la secretaría de cultura de Campeche. En
la contraportada vi la fotografía de Luis Antonio y pensé que mi querido
compañero de taller empezaba a debutar en ligas mayores. Ya no se contentaba
con escribir cuentos, ahora le apuntaba a las novelas. La que tenía en mis
manos, según leí de un vistazo, narraba la vida de Fray Matías de Córdoba en la
ciudad de Chiapa de Corzo. Quise robarme el libro, pero en la puerta de salida del
edificio estaba un polizonte con cara de mata gente que no dudaría en tundirme
a macanazos por robalibro, así que
dejé el mamotreto acompañado de rugido de jaguares y gritos de chachalacas
nerviosas en espera de un lector.
De ahí en
adelante no volví a saber de mi amigo. Mientras tanto me contenté con seguir a autores
más jóvenes que yo, y uno que otro de mi rodada. Entre ellos destacan Fabián
Rivera, Angélica Rirams, Damaris Disner, Fernando Trejo, Nadia Villafuerte,
Alejandro Molinari, por mencionar unos, pero de Luis Antonio ni sus pulgas. Lo
perdí del escenario, hasta que una tarde que volví a Educal lo encontré como
por arte de magia. Adormecía a su bebé en una carriola con pequeñas vueltas.
Estaba un poco más gordito, pero conservaba la misma sonrisa amable y el trato
amistoso para con los demás. Nos saludamos y de un fregadazo le comenté lo poco
que sabía de él a través de sus dos publicaciones que conocía. Escuchó con
calma y luego me dijo que después del taller decidió encerrarse a escribir en
serio. Dijo que de pronto descubrió la pasión por la literatura y dedicaba la
mayor parte de su tiempo al oficio. Por allí se juntó con Héctor Cortés
Mandujano y no dejó de producir de lo lindo.
Con Itzelina y los rayos del sol su carrera
como escritor se fue a los cielos. Fue el detonante que generó escribiera más y
con disciplina. Ese libro fue premiado en España y en Chile lo tienen como
libro de texto en la primaria. Luego rememoró sus múltiples colaboraciones en
revistas nacionales, y algunos escritos que preparaba para su publicación. Me
preguntó qué había pasado conmigo. Le mencioné En busca de la palabra editado por la secretaría de educación de
Chiapas, algunas publicaciones en revistas y en diarios, pero hasta ahí. Del
libro de cuentos nada. Intercambiamos números telefónicos y cuentas de correos
electrónicos y cada quien por su lado.
En Comitán
de Domínguez volví a saber de mi amigo. Esta fue vez Araceli López Argüello,
locutora de radio, quien me dijo que Luis Antonio Rincón García era el mejor
escritor de Chiapas por sus historias bien logradas. Como prueba de su
admiración me obsequió un ejemplar de Las
raíces de la ceiba que leí en casa en un par de horas. Entonces supe que
Luis Antonio iba camino a consolidarse como uno de los escritores más
ingeniosos en el estado. De allí en adelante no volví a saber de él hasta la
noche de ayer que lo saludé en los corredores de la casa de la cultura Rosario
Castellanos de esta ciudad Comitán de Domínguez.
Cuando oí que Alejandro
Molinari leía el fragmento de un texto, entendí que comentaba un nuevo libro de
Luis Antonio. Y fue así como supe de El
valle del Aquelarre, la novela más reciente del escritor tuxtleco y que está
editado por el Instituto Mexiquense de Cultura, y que además es la obra que
inspirada en Zinacantán escribiera Luis cuando era estudiante de posgrado allá
por el 2006, sino mal recuerdo.
El valle del Aquelarre narra las fuerzas míticas que subyacen en una
sociedad indígena y que determinan las relaciones sociales. Una forma de vida
que contrasta con las formas de vidas modernas. Aquí, en el mundo de la novela
y en mundo real, hay dioses y seres divinos que tienen injerencia en el mundo
de los espíritus para modificar la vida de la persona en el escenario
cotidiano, explicó mi amigo al promocionar su libro ante un público joven que
se mostró atento. Cuando terminó la presentación nos saludamos y lo felicité
deseándole más éxitos. Me preguntó sobre lo que yo andaba haciendo en
literatura y le comenté sobre los dos libritos que tengo en la computadora con
los me que entretengo dándole una manita de gato, y algunas colaboraciones en
revistas y diarios. Por el contrario, Luis comentó que después de encerrarse un
tiempo para disfrutar de su paternidad, ahora vuelve al mundo con nuevas energías
para retomar sus actividades literarias y que, ahora empieza, dijo, con la
promoción de su nueva novela que seguro será, pienso después de leerla, un
referente en Chiapas para comprender el mundo indígena y sus relaciones con los
dioses.
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