lunes, 27 de mayo de 2013

Luis Antonio Rincón y el mundo de los dioses


Conocí a Luis Antonio Rincón García en un taller de narrativa que impartió Marco Aurelio Carballo. No recuerdo que nos hubiera leído algún cuento de su autoría, pero sí que mencionó que la ciudad de Toluca, o Puebla, no lo sé con exactitud, eran excelentes ciudades para que un escritor se dedicara a escribir en calma. También mencionó que en esos momentos hacía estudios de posgrado y desarrollaba una tesis sobre Zinacantán que era un pueblo tzotzil que llamaba su atención por su costumbre y tradición. En ese lugar estudiaba, dijo, las relaciones sociales que determinan la vida de los habitantes de ese paraje y que, si tenía suerte, escribiría una novela inspirada en ese lugar. Después de aquel encuentro no volví a saber de él.

Los talleres de Marco Aurelio continuaron propiciando en los que asistimos la certeza de que nos convertiríamos en escritores célebres. Sino premios nobeles, al menos galardones Rosarios Castellanos con miras a obtener el Juan Rulfo en algún momento de nuestras vidas. Al termino del taller salimos blandiendo a diestra y siniestra diálogos, acciones y descripciones que son unidades que dan fuerza a una historia; además nos ensañamos con las cacofonías, las sinalefas, algunos adverbios, lugares comunes, obviedades y muletillas por considerarlos unos hijos de la chingada que afean la estética de la narrativa. Pensábamos que saber de ellas, aplicarlas u obviarlas en nuestros textos narrativos nos convertía por consecuencia en escritores consumados a la talla de Paco Ignacio Taibo II, José Emilio Pacheco, cuando no a un John Fante o García Márquez, lo cual, para tristeza de muchos, era una jodida mentira que se extendía como mancha de aceite en nuestras cabezas.

Después de los talleres cada uno siguió por su lado. Juan Carlos Moreno que era alto y que estaba empecinado en escribir relatos tipos a los que se escribieron en el siglo diecinueve se marchó a los estados unidos para buscar diversión y dinero. Esteban, un abogado bajito de estatura, serio, exigente en las criticas y un poco neurótico desapareció entre papeles de alguna demanda de divorcio y el aroma a limones de las cantinas de Tuxtla. Otro profesor de preparatoria que venía en motocicleta desde la costa fue atrapado, supongo, por unos brazos de sus muchas conquistas amorosas de fines de semana. Mi buen amigo Alejandro Camacho se volvió un trotamundos que recorrió cada rincón de Chiapas, y luego se fue a vivir a San Cristóbal de las casas donde consiguió un empleo en el sector salud y escribe notas que refieren sigue en la lucha por conseguir una novela. Brenda, que en sus narraciones asesinaba a viejitas y animales domésticos y que más de una vez nos vio como a posibles victimas, consiguió empleo en una oficina de maestros sindicalizados y ahí sigue haciéndole de administrativa. Claudia Patricia Fonseca continuó en su trabajo de oficinista en el gobierno del estado, a la par que pedía al cielo con gritos una oportunidad para publicar, hasta que Dios se lo concedió y pronto le editarán un cuentito para niños. Por mi parte continué pegándole a las teclas de la mac con la esperanza de lograr un par de cuentos. Cuando no hago eso, me dedico a escribir crónicas de viajes, notas periodísticas y una que otra entrevista para estar ocupado, además de hacer fotografía. Sin embargo, de todos aquellos que conocí en los talleres, el único que está produciendo como se debe es el buen Luis Antonio Rincón García.

Cuando terminó el taller de creación literaria, Marco Aurelio tomó un avión a la ciudad de México desde donde escribe para diarios nacionales y revistas. Sé de él por las notas periodísticas que manda al heraldo de Chiapas, por sus turbocrónicas en la revista El búho, además de Ultimas noticias y Morir de periodismo, novelas más recientes del escritor tapachulteco. A veces le escribo correos electrónicos y a veces nada. Sin embargo, de Luis Antonio supe una tarde que me di una vuelta por el centro cultural Jaime Sabines. En el auditorio, Luis presentaba Itzelina y los rayos del sol, una historia infantil que, según oí, construyó a partir de una charla con una de sus sobrinas que mencionó que el sol se había comido los colores de una toalla. Fue cuando supe empezaba a entrarle a los putazos limpios al terreno de la literatura infantil. 

Tiempo después, cuando andaba de turista por Calakmul, Campeche, vi un libro de titulo Raíces de la ceiba. Observé estaba editado por el coneculta de Chiapas y la secretaría de cultura de Campeche. En la contraportada vi la fotografía de Luis Antonio y pensé que mi querido compañero de taller empezaba a debutar en ligas mayores. Ya no se contentaba con escribir cuentos, ahora le apuntaba a las novelas. La que tenía en mis manos, según leí de un vistazo, narraba la vida de Fray Matías de Córdoba en la ciudad de Chiapa de Corzo. Quise robarme el libro, pero en la puerta de salida del edificio estaba un polizonte con cara de mata gente que no dudaría en tundirme a macanazos por robalibro, así que dejé el mamotreto acompañado de rugido de jaguares y gritos de chachalacas nerviosas en espera de un lector.   

De ahí en adelante no volví a saber de mi amigo. Mientras tanto me contenté con seguir a autores más jóvenes que yo, y uno que otro de mi rodada. Entre ellos destacan Fabián Rivera, Angélica Rirams, Damaris Disner, Fernando Trejo, Nadia Villafuerte, Alejandro Molinari, por mencionar unos, pero de Luis Antonio ni sus pulgas. Lo perdí del escenario, hasta que una tarde que volví a Educal lo encontré como por arte de magia. Adormecía a su bebé en una carriola con pequeñas vueltas. Estaba un poco más gordito, pero conservaba la misma sonrisa amable y el trato amistoso para con los demás. Nos saludamos y de un fregadazo le comenté lo poco que sabía de él a través de sus dos publicaciones que conocía. Escuchó con calma y luego me dijo que después del taller decidió encerrarse a escribir en serio. Dijo que de pronto descubrió la pasión por la literatura y dedicaba la mayor parte de su tiempo al oficio. Por allí se juntó con Héctor Cortés Mandujano y no dejó de producir de lo lindo.  

Con Itzelina y los rayos del sol su carrera como escritor se fue a los cielos. Fue el detonante que generó escribiera más y con disciplina. Ese libro fue premiado en España y en Chile lo tienen como libro de texto en la primaria. Luego rememoró sus múltiples colaboraciones en revistas nacionales, y algunos escritos que preparaba para su publicación. Me preguntó qué había pasado conmigo. Le mencioné En busca de la palabra editado por la secretaría de educación de Chiapas, algunas publicaciones en revistas y en diarios, pero hasta ahí. Del libro de cuentos nada. Intercambiamos números telefónicos y cuentas de correos electrónicos y cada quien por su lado.

En Comitán de Domínguez volví a saber de mi amigo. Esta fue vez Araceli López Argüello, locutora de radio, quien me dijo que Luis Antonio Rincón García era el mejor escritor de Chiapas por sus historias bien logradas. Como prueba de su admiración me obsequió un ejemplar de Las raíces de la ceiba que leí en casa en un par de horas. Entonces supe que Luis Antonio iba camino a consolidarse como uno de los escritores más ingeniosos en el estado. De allí en adelante no volví a saber de él hasta la noche de ayer que lo saludé en los corredores de la casa de la cultura Rosario Castellanos de esta ciudad Comitán de Domínguez.

     Cuando oí que Alejandro Molinari leía el fragmento de un texto, entendí que comentaba un nuevo libro de Luis Antonio. Y fue así como supe de El valle del Aquelarre, la novela más reciente del escritor tuxtleco y que está editado por el Instituto Mexiquense de Cultura, y que además es la obra que inspirada en Zinacantán escribiera Luis cuando era estudiante de posgrado allá por el 2006, sino mal recuerdo.

El valle del Aquelarre narra las fuerzas míticas que subyacen en una sociedad indígena y que determinan las relaciones sociales. Una forma de vida que contrasta con las formas de vidas modernas. Aquí, en el mundo de la novela y en mundo real, hay dioses y seres divinos que tienen injerencia en el mundo de los espíritus para modificar la vida de la persona en el escenario cotidiano, explicó mi amigo al promocionar su libro ante un público joven que se mostró atento. Cuando terminó la presentación nos saludamos y lo felicité deseándole más éxitos. Me preguntó sobre lo que yo andaba haciendo en literatura y le comenté sobre los dos libritos que tengo en la computadora con los me que entretengo dándole una manita de gato, y algunas colaboraciones en revistas y diarios. Por el contrario, Luis comentó que después de encerrarse un tiempo para disfrutar de su paternidad, ahora vuelve al mundo con nuevas energías para retomar sus actividades literarias y que, ahora empieza, dijo, con la promoción de su nueva novela que seguro será, pienso después de leerla, un referente en Chiapas para comprender el mundo indígena y sus relaciones con los dioses. 

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