sábado, 18 de mayo de 2013

Operativo bom


Un policía que vestía camisa y pantalón azul me indicó con la mano que detuviera el coche. Luego se acercó a la ventanilla y como un lince oteó dentro del vehículo y dijo buenas tardes jefe. Le respondí con unas de mis mejores sonrisas pues así debe hacerse cuando uno es detenido por los agentes de vialidad o policías de seguridad pública, me sugirió un amigo que ha sido infraccionado más de una docena de veces. Si te detienen pon cara de idiota y di sí a todo, me dijo. Estamos realizando el operativo Bom con la intención de confiscar armas de fuego o droga, además de brindar protección a la ciudadanía mencionó el policía que enfundado en aquellas ropas me inspiró compasión porque el calor de las tres de la tarde lo hacía sudar copiosamente.  

Más allá, sobre la banqueta, un montón de militares empuñaban sus armas y dirigían miradas amenazantes a los conductores que eran detenidos por los municipales, mientras integrantes de la Agencia Federal de Investigación hacían relajos a la sombra de los escasos árboles del boulevard que termina en la central de abastos. Este operativo es un esfuerzo coordinado con el ejercito militar, vialidad municipal y policía federal, continuó el agente casi salpicándome de baba al repetir su discursillo que ni su propia madre hubiera creído. Baje del coche que voy a revisar, continuó impávido. Rita y yo obedecimos pues es sabido que de no hacerlo, los polizontes son capaces de bajarnos a putazos, pues tienen la consigna de atemorizar a como de lugar al pobre diablo que cae en sus garras, así tengan que partirle la madre. Descendimos humildes y le dije que observara a detalle porque lo único que iba a encontrar en el interior del coche eran libros.

            Como supuso no iba a encontrar armas o droga, se contentó
con mirar con desprecio los libros que llevaba. Luego, como último recurso para justificar mi detención, me pidió le mostrara la licencia de manejo y la tarjeta de circulación. En vano busqué en la mochila una billetera que no encontraría, por lo que humilde le expliqué que por salir corriendo olvidé la cartera, pero que si me lo permitía podría ir a la casa y traer la tarjeta de circulación y mi licencia de conductor. Fue cuando asomó a sus ojos un brillo metálico y por primera vez sonrió como un chiquillo travieso. Yo pensé: este cabrón ya me jodió. Lo siento jefe, no puede manejar un coche si papeles. A lo mejor es robado, continuó irónico el méndigo policía que le chisporroteaban los ojos de emoción. Oiga, le dije intuyendo la famosa “mordida”, no le permito desconfíe de mi persona. Todo menos ratero. A ver, saque su lap top y verifique el número de serie del auto en su base de datos. Además venimos de certificarnos como promotores de lectura, rematé orgulloso mostrando el montón de libros apilado en el asiento trasero del coche.  

Ante aquella respuesta, el policía, desconcertado, me observó como si yo hablara en lenguaje marciano y dijo, tendré que llamar a mi jefe a ver qué dice, y me dejó al cuidado de las miradas retadoras de aquellos militares que me veían como un narcotraficante estrafalario que disfraza su poderío económico en un vocho modelo dos mil dos. 

Minutos después llegó un joven alto y gordo al que el gendarme llamaba “jefe”. Expliqué la misma situación. Soy profesor y, mi esposa y yo, volvemos de un proceso de certificación que avala nuestros conocimientos y habilidades como promotores de lectura, y pronto, agregué a mi discurso para volverlo más convincente, ustedes tendrán que certificar sus conocimientos y habilidades como servidores públicos. Ambos me vieron como si trataran con un estúpido que no sabe deletrear su nombre y desconoce en qué mundo vive. El “jefe” se llevó la mano a la cuarenta y cinco que traía prendida a la cintura y dijo altanero: Mire amigo, usted debe traer sus documentos siempre. Entiendo que es persona honesta, sin embargo, eso no implica que le permitamos que su vehículo ande por las calles de esta ciudad sin papeles. 

Valió madres, pensé para mis adentros. Tanto pinche bandido que anda suelto y sin ser molestados, y yo aquí respondiendo a qué te dedicas, de dónde vienes, a dónde vas, qué traes en la guantera, qué en la llanta de repuesto, dónde está la billetera, por qué no andas tu credencial del IFE, y todo por no traer los documentos que acreditaran el coche era mío. 

Mira amigo, le dije para colocarme en una situación de iguales, yo pago mis contribuciones al gobierno y cumplo con mis responsabilidades de ciudadano y no hago daño a nadie. Eso lo puedes constatar revisando mi historial en tu base de datos con sólo consultar mi curp, o ingresando el número de serie del auto en la base de datos de coches robados. Si el vocho aparece como hurtado lo confiscas y me mandas preso Al amate; sino me dejas ir y asunto arreglado. Mis razonamientos desconcertaron a los uniformados porque se me quedaron mirando cómo tanteando el nivel de mi pendejismo. Este cabrón no sabe que en Chiapas es necesario aflojar una lana para salir de cualquier atolladero, creí que pensaban mis verdugos.

Mire, yo no me encargo de estos asuntos dijo el jefe un poco confundido. Que decida el de vialidad y se marchó. Estuve tentado a escupir la famosa expresión ¿cuánto para que me dejen ir?, y si no lo hice fue porque ya había esperado media hora e iba aguardar hasta que esos hijos de la gran chingada se aburrieran o me pidieran “la mordida” para amenazarlos con una denuncia publica. Ahora que si iban a infraccionarme al menos que les costara más palabras a los muy ojetes. Minutos después volvió un tipo enclenque, de piel amarillenta y el cabello peinado con raya en medio. Me sonrió como preguntándose, ¿cuánto le pediré a este cabrón?

Jefe, me dijo, este es un operativo…, y siguió con la misma perorata sobre la seguridad de la ciudadanía y la prevención de la violencia en Tuxtla Gutiérrez y otras pendejadas que decidí no escuchar y concentrar mi atención en sus ojillos de ratón asustado. Expliqué mi situación por tercera vez y él, con la calma de un médico que diagnóstica cáncer, anunció que tenía que decomisarme una “plaquita” para  que no se me olvidara llevar mis documentos. Puta madre, es el colmo, me dije. A quién molesto con no traer mis papeles. Expliqué que mi hijo me esperaba, y que para comprobar que el coche era mío, bien podíamos ir a la casa para mostrar mis documentos. El agente de vialidad pareció reflexionar sobre mi situación económica pues según él, pienso que intuyó, yo no era una buen ciudadano que le fuera a generar una jugosa mordida económica, por lo que dijo: déjeme consultar con el licenciado, y me dejó esperando de nueva cuenta mientras los policías federales empezaban a rodearme.

Después de unos minutos volvieron el licenciado que era el mismo a quien el policía municipal llamaba jefe y el agente de vialidad, ambos serios. El agente de vialidad preguntó, ¿qué hacemos mi lic, le damos la viada, o le hacemos la boleta? Suspiré. Aquello significaba que mi cara de moribundo y mis argumentos convencieron al cuidador del transito vehicular, pero el licenciado respondió, no sé tu. Hubiera sido mejor decir: que se largue y deje para una coca cola y listo. Pero no, como venganza por no ofrecerle una lanita estaban haciendo que padeciera. Ni modos jefe, vamos a levantarle una “plaquita” dijo meloso el de vialidad. Mire amigo, le dije molesto y con ganas de partirle la madre ahí mismo a ese pinche enclenque desnutrido con aire de lagartija, ¡haga lo que quiera pero hágalo ya, porque tengo prisa y hambre! Mi respuesta terminó por convencerlo de que debía quitarme la placa delantera. No se exalte pué o le quitamos el coche, me amenazó el escuálido agente que tarareaba una canción mientras quitaba la placa delantera de mi vocho, a lo que respondí con una seriedad de pocos amigos.

Después me extendió una boleta que decía “no presentó tarjeta de circulación del vehículo” y se marchó serio. Antes de partir se me acercó el mismo policía municipal que me detuviera momentos antes y dijo casi en susurro: jefe, si llega antes de las nueve de la mañana le hacen un descuentito”, lo observé a los ojos e internamente lo mandé a chingar a su madre y me alejé sin decirle adiós pensando que al día siguiente, antes de las nueve, debía pagar los cuatrocientos pesos de la infracción.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola. Aquí puedes dejar tus comentarios.