Un policía que vestía camisa
y pantalón azul me indicó con la mano que detuviera el coche. Luego se acercó a
la ventanilla y como un lince oteó dentro del vehículo y dijo buenas tardes
jefe. Le respondí con unas de mis mejores sonrisas pues así debe hacerse cuando
uno es detenido por los agentes de vialidad o policías de seguridad pública, me
sugirió un amigo que ha sido infraccionado más de una docena de veces. Si te
detienen pon cara de idiota y di sí a todo, me dijo. Estamos realizando el
operativo Bom con la intención de confiscar armas de fuego o droga, además de
brindar protección a la ciudadanía mencionó el policía que enfundado en
aquellas ropas me inspiró compasión porque el calor de las tres de la tarde lo
hacía sudar copiosamente.
Más allá,
sobre la banqueta, un montón de militares empuñaban sus armas y dirigían
miradas amenazantes a los conductores que eran detenidos por los municipales,
mientras integrantes de la Agencia Federal de Investigación hacían relajos a la
sombra de los escasos árboles del boulevard que termina en la central de
abastos. Este operativo es un esfuerzo coordinado con el ejercito militar,
vialidad municipal y policía federal, continuó el agente casi salpicándome de
baba al repetir su discursillo que ni su propia madre hubiera creído. Baje del
coche que voy a revisar, continuó impávido. Rita y yo obedecimos pues es sabido
que de no hacerlo, los polizontes son capaces de bajarnos a putazos, pues tienen
la consigna de atemorizar a como de lugar al pobre diablo que cae en sus
garras, así tengan que partirle la madre. Descendimos humildes y le dije que
observara a detalle porque lo único que iba a encontrar en el interior del
coche eran libros.
Como supuso no iba a encontrar armas o droga, se contentó
con mirar con desprecio los libros que llevaba. Luego, como último recurso para
justificar mi detención, me pidió le mostrara la licencia de manejo y la
tarjeta de circulación. En vano busqué en la mochila una billetera que no encontraría,
por lo que humilde le expliqué que por salir corriendo olvidé la cartera, pero que
si me lo permitía podría ir a la casa y traer la tarjeta de circulación y mi licencia
de conductor. Fue cuando asomó a sus ojos un brillo metálico y por primera vez
sonrió como un chiquillo travieso. Yo pensé: este cabrón ya me jodió. Lo siento
jefe, no puede manejar un coche si papeles. A lo mejor es robado, continuó
irónico el méndigo policía que le chisporroteaban los ojos de emoción. Oiga, le
dije intuyendo la famosa “mordida”, no le permito desconfíe de mi persona. Todo
menos ratero. A ver, saque su lap top y verifique el número de serie del auto
en su base de datos. Además venimos de certificarnos como promotores de
lectura, rematé orgulloso mostrando el montón de libros apilado en el asiento
trasero del coche.
Ante
aquella respuesta, el policía, desconcertado, me observó como si yo hablara en
lenguaje marciano y dijo, tendré que llamar a mi jefe a ver qué dice, y me dejó
al cuidado de las miradas retadoras de aquellos militares que me veían como un
narcotraficante estrafalario que disfraza su poderío económico en un vocho
modelo dos mil dos.
Minutos después llegó un joven alto y gordo al que el gendarme
llamaba “jefe”. Expliqué la misma situación. Soy profesor y, mi esposa y yo,
volvemos de un proceso de certificación que avala nuestros conocimientos y
habilidades como promotores de lectura, y pronto, agregué a mi discurso para
volverlo más convincente, ustedes tendrán que certificar sus conocimientos y
habilidades como servidores públicos. Ambos me vieron como si trataran con un
estúpido que no sabe deletrear su nombre y desconoce en qué mundo vive. El
“jefe” se llevó la mano a la cuarenta y cinco que traía prendida a la cintura y
dijo altanero: Mire amigo, usted debe traer sus documentos siempre. Entiendo
que es persona honesta, sin embargo, eso no implica que le permitamos que su
vehículo ande por las calles de esta ciudad sin papeles.
Valió madres, pensé
para mis adentros. Tanto pinche bandido que anda suelto y sin ser molestados, y
yo aquí respondiendo a qué te dedicas, de dónde vienes, a dónde vas, qué traes
en la guantera, qué en la llanta de repuesto, dónde está la billetera, por qué
no andas tu credencial del IFE, y todo por no traer los documentos que
acreditaran el coche era mío.
Mira amigo, le dije para colocarme en una
situación de iguales, yo pago mis contribuciones al gobierno y cumplo con mis
responsabilidades de ciudadano y no hago daño a nadie. Eso lo puedes constatar
revisando mi historial en tu base de datos con sólo consultar mi curp, o
ingresando el número de serie del auto en la base de datos de coches robados.
Si el vocho aparece como hurtado lo confiscas y me mandas preso Al amate; sino
me dejas ir y asunto arreglado. Mis razonamientos desconcertaron a los
uniformados porque se me quedaron mirando cómo tanteando el nivel de mi
pendejismo. Este cabrón no sabe que en Chiapas es necesario aflojar una lana
para salir de cualquier atolladero, creí que pensaban mis verdugos.
Mire, yo
no me encargo de estos asuntos dijo el jefe un poco confundido. Que decida el
de vialidad y se marchó. Estuve tentado a escupir la famosa expresión ¿cuánto
para que me dejen ir?, y si no lo hice fue porque ya había esperado media hora e
iba aguardar hasta que esos hijos de la gran chingada se aburrieran o me
pidieran “la mordida” para amenazarlos con una denuncia publica. Ahora que si
iban a infraccionarme al menos que les costara más palabras a los muy ojetes.
Minutos después volvió un tipo enclenque, de piel amarillenta y el cabello
peinado con raya en medio. Me sonrió como preguntándose, ¿cuánto le pediré a
este cabrón?
Jefe, me
dijo, este es un operativo…, y siguió con la misma perorata sobre la seguridad
de la ciudadanía y la prevención de la violencia en Tuxtla Gutiérrez y otras
pendejadas que decidí no escuchar y concentrar mi atención en sus ojillos de
ratón asustado. Expliqué mi situación por tercera vez y él, con la calma de un
médico que diagnóstica cáncer, anunció que tenía que decomisarme una “plaquita”
para que no se me olvidara llevar mis
documentos. Puta madre, es el colmo, me dije. A quién molesto con no traer mis papeles.
Expliqué que mi hijo me esperaba, y que para comprobar que el coche era mío, bien
podíamos ir a la casa para mostrar mis documentos. El agente de vialidad
pareció reflexionar sobre mi situación económica pues según él, pienso que
intuyó, yo no era una buen ciudadano que le fuera a generar una jugosa mordida
económica, por lo que dijo: déjeme consultar con el licenciado, y me dejó esperando
de nueva cuenta mientras los policías federales empezaban a rodearme.
Después de
unos minutos volvieron el licenciado que era el mismo a quien el policía
municipal llamaba jefe y el agente de vialidad, ambos serios. El agente de
vialidad preguntó, ¿qué hacemos mi lic,
le damos la viada, o le hacemos la boleta? Suspiré. Aquello significaba que mi
cara de moribundo y mis argumentos convencieron al cuidador del transito
vehicular, pero el licenciado respondió, no sé tu. Hubiera sido mejor decir:
que se largue y deje para una coca cola y listo. Pero no, como venganza por no
ofrecerle una lanita estaban haciendo que padeciera. Ni modos jefe, vamos a
levantarle una “plaquita” dijo meloso el de vialidad. Mire amigo, le dije
molesto y con ganas de partirle la madre ahí mismo a ese pinche enclenque
desnutrido con aire de lagartija, ¡haga lo que quiera pero hágalo ya, porque
tengo prisa y hambre! Mi respuesta terminó por convencerlo de que debía quitarme
la placa delantera. No se exalte pué o le quitamos el coche, me amenazó el
escuálido agente que tarareaba una canción mientras quitaba la placa delantera
de mi vocho, a lo que respondí con una seriedad de pocos amigos.
Después me
extendió una boleta que decía “no presentó tarjeta de circulación del vehículo”
y se marchó serio. Antes de partir se me acercó el mismo policía municipal que
me detuviera momentos antes y dijo casi en susurro: jefe, si llega antes de las
nueve de la mañana le hacen un descuentito”, lo observé a los ojos e
internamente lo mandé a chingar a su madre y me alejé sin decirle adiós
pensando que al día siguiente, antes de las nueve, debía pagar los
cuatrocientos pesos de la infracción.
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