Dicen que los sueños son una
extensión de nuestra realidad. Yo pienso que son expresión de nuestros miedos,
o la reivindicación de algún deseo frustrado. Allí es donde nuestro espíritu,
esencia o alma se revela y hace lo que le viene en gana sin que el cuerpo
intervenga porque en esa dimensión en la que se mueven los sueños, el cuerpo
resulta una pendejada desquiciante. Para la mayoría de los mortales, los sueños
no son manipulables, o provocados. No puede decirse: soñaré que vuelo a tal
planeta, o hago el amor con tal mujer u hombre. Sin embargo, para un reducido
número de personas, los sueños pueden provocarse al grado de viajar a donde
ellos gusten. Sólo que aprender las técnicas requiere de un montón de tiempo,
así como disciplina y dedicación.
Por lo
regular en mis sueños pierdo lo que amo: a mis padres,a mi hermano, a mi
esposa, a mi hijo, o a veces me veo muerto, o enterrándome a mi mismo, o
discutiendo conmigo mismo en un bar, o perdido en una oscuridad donde me vuelvo
un montón de partículas luminosas. También sueño que algunos deseos se
concretan. Ejemplo de ello es volar, atravesar el cielo como un halcón, o ir y
venir en el tiempo como si se tratara de caminar el patio de mi casa. El deseo
de volar viene de mi infancia. Consecuencia de ello subía a los árboles y
banquetas altas y saltaba manoteando como un pájaro, pero sin que pudiera
elevarme. Aquellos intentos me produjeron fracturas en las clavículas y frustraciones
tremendas que no pude superar ni bebiendo litros de alcohol.
En fin, en
los sueños uno adquiere poderes como un superman,
un profeta del antiguo testamento bíblico, o un chamán capaz de hablar con
muertos; también puede experimentarse perdidas dolorosas como la muerte de un
hijo, o cumplir fantasías amorosas como ser el amante de una actriz o actor de
cine. Sin embargo, lo formidable de este embrollo es saber que no soy el único
que sufre o goza en sueños. Somos todos. Esta vez fue Rita, mi esposa.
—Estaba en
un pueblo de calles tristes y polvosas —dijo apesadumbrada mi pobre mujer con
el pelo desordenado y los ojos llorosos apenas despertó—. El viento se movía de
un lado a otro aullando como un fantasma y arrastrando basura y deshojando a los
pocos árboles enclenques. El calor reverberaba en las calles haciendo que el
polvo ardiera, mientras un silencio estremecedor resbalaba sobre las casas
sucias y maltrechas, y se escurría como serpiente entre las rocas y el polvo.
Rita no
supo explicar por qué estaba allí, en medio de aquel silencio y de la nada. Dijo
que apenas apagué la luz de la habitación, ella cerró los ojos y despertó, en
su sueño, en ese lugar que empezó a erizarle los bellos de los brazos y del
cuello. Intentó despertar, pero ya no pudo. Una fuerza como tenaza le cerraba los
parpados impidiéndole volver al mundo del bullicio y de las luces blancas y
amarillas de la ciudad. Estaba con Eduardo, nuestro hijo de cuatro años que
reía y saltaba como un cervatillo ajeno a la situación extraña del lugar.
Tampoco se explica porqué yo no estaba con ellos en ese momento, aunque sabía
que estaba cerca, caminando en los montes como un animal en busca de presa.
—Apenas
parpadeé para impedir que el polvo se colara a mi ojos, aparecieron de no sé
dónde tres tipos mal encarados que intentaron quitarme a Eduardo, pero que
defendí con gritos y lágrimas. Sin embargo, mis esfuerzos fueron nada contra
los musculosos brazos de aquellos hombres de espalda ancha y pectorales macizo
como roca. Por más que te llamé —dijo Rita a punto de llorar—, nunca llegaste.
No podía permitir que me arrebataran a Eduardo que es carne de mi carne, y
sangre de mi sangre, por lo que seguí peleando con uñas y dientes, pero al
final de mis fuerzas fui sometida con golpes y empujones y nada pude hacer por
Eduardo que me veía con ojos fríos desde los brazos de un raptor.
Cuando
aquellos tipos desaparecieron llevándose a Eduardo,Rita me buscó por el pueblo
y luego por los montes. Ella intuía que andaba por allí. Llegó a un valle donde
el monte era menos denso y siguió la búsqueda. Dice que pronto se topó con una
roca en forma de plancha donde vio mi cuerpo despedazado envuelto en mis ropas
sucias de sangre. Entonces supo por qué no acudí a sus llamados. Rita gritó, se
rasgó las mejillas, se arrancó el pelo a tirones, maldijo a dios, corrió entre
los espinos que le arrancaron girones de piel, cayó al suelo ardiente que
intentó calcinarla, se levantó y siguió corriendo sin rumbo. Mientras huía de
mi cuerpo despedazado que parecía gritarle que volviera para enterrarlo, que no
fuera una desalmada y lo dejara a merced de los zopilotes que luego lo cagarían
por diferentes partes de la tierra, Rita gimoteaba que no era posible que un
sueño, un maldito sueño le hubiera desgraciado la vida. Quizá fueron minutos,
pensó Rita mientras con zancadas nerviosas acortaba la distancia de aquel
terreno pedregoso y seco. O un pedazo de noche. Por dios santo, sólo bastó un trozo
de sueño para que se viera despojada de hijo, esposo, y de la alegría de
sonreírle al crío mientras este jugaba bajo la lluvia de la regadera. Más allá
del valle se veía un acantilado, un vacío. La vida sin ellos no tenía sentido. Llegó
al abismo que se abría como boca de oso a punto de atacar, y se dejó caer con
los ojos abiertos para mirar de frente a la muerte, sin embargo antes de
hacerse pedazos sobre el suelo pedregoso, Rita despertó a la vida.
QUÉ LINDO ESCRITO...
ResponderEliminarQUÉ LINDO ESCRITO...
ResponderEliminarMuchas gracias. Un abrazo fuerte.
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