Mi hermano el alcalde de
Fernando Vallejo narra la historia de un par de hermanos locos. El primero es
un político con un ligero parecido al caballero de la triste figura (Quijote de
la mancha), quien, ya en el poder, lucha contra la injustica y la ignorancia de
un pueblo que no tiene conciencia de sí mismo. El otro, más loco que el
primero, aborrece al pueblo por considerarlo ignorante y traidor. Mientras uno
desea el bienestar, el otro desea robarse todo el dinero y largarse cuanto
antes de ese pueblo jodido.
En la novela, Vallejo rebela
algunos trucos que Carlos, el político, pone en practica para hacerse del poder
y que no es ajeno a las practicas políticas actuales. Entre ellos destaca resucitar
a los muertos, poner en orden sus credenciales (en México IFE) y hacerlos votar
por el candidato que los regresó del infierno o paraíso, según sea el caso. Con
los muertos no hay miramientos. Les arrancan el voto y luego los mandan de
vuelta al panteón para que sigan royendo sus desdichas. También está la
sonrisa. Los candidatos, antes de las elecciones, ríen como pendejos a todo
mundo y no dejan de ofrecer una paquetito con despensas, unas laminitas para la
casa jodida que se cae a pedazos, unos litritos de aguardiente para que el
votante siga revolcándose en su ignorancia y miseria. Después de ganar, sacan
las garras. No se les ve por ningún lado y roban a discreción que para eso
ganaron las elecciones. Vallejo plantea que lo normal es que el candidato gane las
elecciones para robar. Lo anormal sería que, ya electo, intentara cumplir sus
promesas de campaña. Eso sería propio de un pendejo retrasado mental como
Carlos, el personaje de la novela, pues el poder se conquista para robar y nada
más.
Carlos resucita a los
muertos, los hace votar y gana las elecciones. En el poder improvisa cambios:
pavimenta caminos, instaura computadoras en escuelas y espacios públicos,
implementa alumbrado público y una serie de actividades que otros políticos
obviarían mientras se llenan las bolsas de plata. Al final de su periodo
termina pobre y con demandas jurídicas que lo llevan a la cárcel lo cual indica
que, en palabras del autor, es un verdadero pendejo.
Mi hermano el alcalde es un
libro para reír y para entrever la forma como opera la política en países como
Colombia y México donde la corrupción bien podría definirse como el fin que
justica los medios.
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