jueves, 10 de abril de 2014

Mi hermano el alcalde de Fernando Vallejo

Mi hermano el alcalde de Fernando Vallejo narra la historia de un par de hermanos locos. El primero es un político con un ligero parecido al caballero de la triste figura (Quijote de la mancha), quien, ya en el poder, lucha contra la injustica y la ignorancia de un pueblo que no tiene conciencia de sí mismo. El otro, más loco que el primero, aborrece al pueblo por considerarlo ignorante y traidor. Mientras uno desea el bienestar, el otro desea robarse todo el dinero y largarse cuanto antes de ese pueblo jodido.

En la novela, Vallejo rebela algunos trucos que Carlos, el político, pone en practica para hacerse del poder y que no es ajeno a las practicas políticas actuales. Entre ellos destaca resucitar a los muertos, poner en orden sus credenciales (en México IFE) y hacerlos votar por el candidato que los regresó del infierno o paraíso, según sea el caso. Con los muertos no hay miramientos. Les arrancan el voto y luego los mandan de vuelta al panteón para que sigan royendo sus desdichas. También está la sonrisa. Los candidatos, antes de las elecciones, ríen como pendejos a todo mundo y no dejan de ofrecer una paquetito con despensas, unas laminitas para la casa jodida que se cae a pedazos, unos litritos de aguardiente para que el votante siga revolcándose en su ignorancia y miseria. Después de ganar, sacan las garras. No se les ve por ningún lado y roban a discreción que para eso ganaron las elecciones. Vallejo plantea que lo normal es que el candidato gane las elecciones para robar. Lo anormal sería que, ya electo, intentara cumplir sus promesas de campaña. Eso sería propio de un pendejo retrasado mental como Carlos, el personaje de la novela, pues el poder se conquista para robar y nada más.  

Carlos resucita a los muertos, los hace votar y gana las elecciones. En el poder improvisa cambios: pavimenta caminos, instaura computadoras en escuelas y espacios públicos, implementa alumbrado público y una serie de actividades que otros políticos obviarían mientras se llenan las bolsas de plata. Al final de su periodo termina pobre y con demandas jurídicas que lo llevan a la cárcel lo cual indica que, en palabras del autor, es un verdadero pendejo.


Mi hermano el alcalde es un libro para reír y para entrever la forma como opera la política en países como Colombia y México donde la corrupción bien podría definirse como el fin que justica los medios.

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