Libélula que fotografié después del entierro de la abuela |
Querida abuela, hace un año
fui a enterrarte a esa tierra fría de Emiliano Zapata. Allí estuvieron tus
hijas y tu hijo, tus hermanos, tu esposo Gabriel y tus nietos cuidando tu
muerte que se metió por tus riñones hasta reventarte la vida. Hubo lágrimas y
gritos provocados, siempre, por la muerte de un ser querido. Tu hija Elsa, de
tanta tristeza, se desmayó y fue necesario llevarla al médico. Por mi parte
agradecí a los presentes nos acompañaran en tu entierro. Luego te quedaste envuelta
en aquella soledad propio de los camposantos, mientras nosotros volvíamos a la
colonia con nuestras tristezas a cuestas. Ya en casa, en tanto tus hijas, hijo
y esposo lloraban tu ausencia, tomé mi cámara fotográfica y fui a retratar libélulas
en un intento por descubrir en cuál de ellas te habías convertido. Descubrí una
rojiza que dejó fotografiarse y desde entonces, abuela, eres ella.
Ahora, a un año de tu partida,
quiero ponerte al tanto de algunas cosas que sucedieron. En primera, escribo desde
mi estudio, en la casa nueva que Rita y yo hicimos este año. Es treinta y uno
de diciembre, día en que se acaba el dos mil catorce. Ello significa que me volví
un poco más viejo y gordo. Quizá con algo de experiencia en algunas cosas, mientras
que en otras no tanto. Sigo manteniendo la idea de no celebrar cumpleaños,
fiestas navideñas o de otro tipo. También sostengo, como tu decías, que la
muerte debe ser el objetivo por el cual vivir. Nacer para aprender a morir,
pues cada año que se cumple es acercarse a la muerte, por lo que cada acto debe
estar impregnado de una energía que haga sentirnos plenos como expresión
divina. Ello implica disfrutar a lo máximo, como tu hiciste, las maravillas de
esta experiencia llamada vida. Como ves, sigo aprendiendo de la vida y de los
que me rodean.
Desde tu entierro, me pregunto
a menudo cómo será la muerte. Quizá ello justifique que en mis sueños me vea
muerto y platicando contigo o con el tío Alejandro que también está muerto. A
la que no sueño, o no alcanzo a mirar en la muerte, es a la tía Martha. Quizá
porque mi sueño es demasiado corto para alcanzar la muerte de la tía. Bueno, yo
pienso que mis sueños, en caso de que en la muerte existieran, son resultado de
lo que ustedes, mis muertos, sueñan. Ello me lleva a pensar que quienes nos
decimos vivos estamos muertos y ustedes, los muertos, realmente vivos. En un
pasaje de Las enseñanzas de don Juan
de Carlos Castaneda menciona que cuando un persona muere, es porque otra, en
algún lugar, en algún tiempo, despierta del sueño. ¿No será que la vida es un
sueño resultado de un gran sueño universal? En otras palabras, los que
habitamos este mundo somos sueños soñados por otros que en algún momento
abrirán los ojos al mundo, mientras que nosotros a la muerte.
Hablando de muerte, quiero
decirte que me acerqué demasiado a ella precisamente a un año de tu entierro.
¿Es acaso que te acordaste de mí y quisiste gastarme una broma como dicen que
hacen los que están muertos? Te lo digo porque cuando cerré los ojos pensando
en que moría, te pensé abrazada al tío Alejandro. Resulta que me cayó encima
toneladas de estrés que amenazaron con estallarme el corazón de no ser porque
mis amigos, ahora hermanos, Pedro Betanzos Cal y Mayor y Emigdio, me llevaron
al médico de inmediato. Recuerdo que el mundo empezó a apagarse mientras la voz
de Pedro que es un hombre bueno hacía eco de no sé dónde. Tuve deseos de
dormir, abuela. Cerré los ojos y dejé que aquel cansancio que subía de mis pies
a mi cabeza me invadiera. El cuerpo era un estorbo, un bulto pesado que no me
permitía sobrepasar el limite entre el ruido y el silencio. Me abandoné a aquel
estado de laxitud que invadía mi cuerpo y fue cuando experimenté estallidos
luminosos que recorrieron cada poro de mi piel, y el mundo se apagó. Perdí
conexión con todo y quedé en un estado donde sólo había nada. Silencio y una
luminosidad sin color, porque, abuela, el mundo lo representamos desde lo que
sabemos y desde nuestros sentidos, y en la muerte, pienso, perdemos aquello que
sabemos y que dota de sentido a la vida. Cuando abrí los ojos, tenía cansancio
y deseos de llorar porque volvía del paraíso. Sentí que la vida empezó a
circular de nuevo en mis venas y en mi cuerpo. Poco a poco recobré mis miedos,
mis alegrías, mis sentimientos, mis emociones. Empecé a vestirme de esto que se
llama vida. De mis recuerdos y experiencias que me hacen el hombre que soy.
Unos dicen que cuando se
muere, el espíritu regresa a despedirse de los familiares. Yo pienso que no. El
que muere, murió. No hay memoria. No hay nada. El cuerpo se vuelve una masa
inconsciente que será devorado por gusanos y el olvido. La única forma de
sobrevivir es como lo has hecho tú, a través de los recuerdos, además de los
sueños, porque es allí donde superamos el tiempo y el espacio. En fin, dejemos mi
asunto y vayamos a otro suceso.
Una madrugada me dijiste que
el fin del mundo estaría determinada por guerras, masacres de niños, de
ancianos, robos, corrupción, entre otras cosas. Pues se está cumpliendo, abuela.
En Guerrero, al menos, el gobierno desapareció a cuarenta y tres estudiantes,
mientras que a uno lo masacró y después le arrancó el rostro. A otros los dobló
de dolor. Les hizo experimentar el infierno en la vida. Así que pensando en
ello, que bueno te fuiste antes, porque seguro sufrirías al ver las noticias
informando maldades. ¿De dónde viene esa crueldad que rebela al hombre como
demonio sediento de sangre, abuela? Deberíamos priorizar más el Ser que el
Tener, parafraseando a Erich Fromm en su libro Del Tener al Ser, ¿no crees abuela? Aunque tú, abuelita, entendiste
la vida como un obsequio de la muerte. Por eso amaste hasta que tu corazón
estalló.
Pero no todo es tristeza.
También hay alegría. A Eduardo, tu bisnieto, se le cayeron dos dientes. ¿Y
sabes qué pasó? Se le ocurrió poner los dientecitos del tamaño de un grano de
arroz bajo al almohada para cambiarlos por una moneda con el Ratón Pérez. ¿Qué
hubieras hecho, alimentar esa fantasía o decirle que no existe Ratón Pérez alguno?
Como estoy experimentando ser papá, no pude menos que dejar una moneda de cinco
pesos por cada diente bajo la almohada de Eduardo. Ahora sabe que existe un
Ratón Pérez que compra dientes a cinco pesos. También empieza a leer títulos de
sus libros favoritos. ¿Sabías que es lector? Gusta acompañarme a las librerías
y escoger sus títulos. Los más recientes son uno sobre dinosaurios y otro sobre
animales peligrosos. Ambos textos los leemos por las noches, antes de
dormirnos. Por mi parte, como sabes, sigo leyendo. Quizá este año mi nivel de
lectura disminuyó un poco en comparación al anterior que leí un promedio de
cinco o siete libros por mes, dependiendo la extensión de la novela. Gracias a
ti, abuela, puedo decir que soy un lector en formación.
Por otra parte, es bueno que lo
sepas por mi y no por otros, que desde tu entierro no vuelvo a la colonia. Sabes
que siempre he sido así. Alejado de todo y todos, lo cual no significa que no los
ame. Es sólo que no quiero hallarme con tu ausencia. Sería triste que llegara
corriendo a la casa, entrara a la cocina, y gritara: ¡Abuela, ya vine! Y que tú
no salieras a abrazarme como hacías. Sentiría derrumbarme por la ausencia de tus
abrazos y caricias. Por eso prefiero verte en mis recuerdos. Admirarte
sonriendo, cantando o leyendo tu Biblia a las cinco de la mañana junto al
abuelo. Es por eso, abuela, que no he ido a la casa. Mejor desde aquí te hablo,
te recuerdo y te cuento estas cosas. Lo anterior no significa que no esté
pendiente del abuelo que, en sus ojos tristes, los días se van apagando como
lámpara de petróleo. Seguro espera la muerte, porque desde tu partida, empezó a
derrumbarse como un montón de tierra floja. Casi no ríe y llora por las noches.
Tus hijas se acostumbraron al vacío que dejaste. Aunque el tío Elmer, tu
pequeño, no se acostumbra aún. Dice que sueña contigo todas las noches.
Pues bien abuela, así marchan
algunas cosas por este barrio llamado vida. Te contaré otros detalles después.
Por el momento descansa. Abrígate bien que en este mes hace frío. Dale un beso
y muchos abrazos al tío Alejandro y a la tía Martha. Diles que los amo y los
recuerdo con cariño.
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