Crónicas marcianas de Ray
Bradbury (Waukenaun, Illinois, 1920 - Los
Ángeles, California, 2012) podría interpretarse como una exploración a la
naturaleza destructiva del ser humano. Marte, el planeta al que se refieren los
veinticinco cuentos que comprenden el libro, podría ser cualquier espacio de
tierra que el hombre modifica a su antojo. Para que el ser humano conquiste, le
es necesario asesinar a los habitantes de ese espacio. ¿No es lo que hace
cuando, por ejemplo, construye fraccionamientos de casas en un sitio poblado de
árboles y seres vivos? Destruye a seres que no conoce porque lo ciega el deseo
de adquirir dinero que le permitirá capitalizar poder. Si tuviera que
conquistar a otra nación, asesinaría en nombre de la libertad. Después
destruirá todo vestigio cultural, político, social e histórico del pueblo que
somete e instalará sus propias formas de pensamiento y organización social.
En el cuento Aunque siga brillando la luna hay una
hermosa comparación entre la bestialidad que rige las acciones de un
conquistador, y el respeto y la curiosidad por lo desconocido que también puede
habitar al ser humano. Una tripulación llega a Marte con la consigna de estudiarlo
y diseñar la estrategia de conquista. Sin embargo, Spencer, un tripulante, decide
actuar de otra forma. Empieza reconociendo la belleza de la vida en ese
planeta; después admira las producciones científicas y culturales. Ello
propicia que se revele contra el objetivo de explorar el planeta para asesinar
a sus habitantes. Decide defenderlo aunque por ello asesine a sus compañeros.
¿Qué origina ese cambio? ¿Acaso Spencer se da cuenta, de pronto, de la
bestialidad que corrompe al ser humano frente a la belleza de lo desconocido? Asesina
a un par de tripulantes y huye a las montañas donde, páginas más adelante, será
asesinado por el resto de la tripulación que continuará con la exploración a
Marte. ¿Acaso este cuento podría representar el exterminio de las ideas
diferentes? Es posible.
Crónicas marcianas de
Bradbury puede leerse como una novela, pues todos los cuentos están engarzados.
Uno es la continuación del anterior. Nada queda suelto. Si en el cuento
anterior se plantea que una tripulación fallece, el siguiente relato narrará la
llegada de otra tripulación a Marte. Bradbury esboza con un belleza estética,
además, el asunto de los muertos y la muerte. ¿A dónde van los que mueren en la
tierra? A Marte. Cuando los hombres llegan a ese planeta, encuentran a sus
padres, tíos, hermanos, abuelas, entre otros familiares muertos en la tierra.
Quizá Bradbury intenta decirnos que los muertos no están muertos, puesto que
viven en la mente de los vivos. ¿Qué pasa cuándo los hombres llegan a Marte? Lo
destruyen. Llevan en la mente la idea de producir dineros, hacer casas,
instalar negocios, hacer carreteras, inventar coches, instalar teléfonos, crear
armas, apropiarse de territorios. Marte se transforma al capricho del hombre
que no sabe renunciar a las ideas de progreso-destrucción que lo habita. El
hombre necesita destruir porque no sabe apreciar una belleza que no entiende.
Es necesario rebajarlo a su nivel para que pueda brindarle sentido.
¿Y por qué los hombres van a Marte? Porque a la
tierra no le queda vida. Además de que se avecina una gran guerra, quizá la
tercera guerra mundial. Los hombres no podrán resistir los efectos radiactivos
de las bombas nucleares. Es necesario huir para salvar la vida. Sin embargo,
allá, en Marte, la destrucción seguirá al hombre, porque ella no está fuera,
sino dentro de él, en su corazón que estalla en odios hacia lo desconocido.
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