domingo, 18 de octubre de 2015

Sencilla razón




Para mi amigo y hermano Enrique Constantino Ruiz
que, seguro, nos mira desde el otro lado de la vida.


El pueblo ardía bajo el calor bochornoso de octubre. Todos los que allí estaban tenían los ojos tristes de tanto llorar, porque en el corazón les estallaba una tristeza agobiante. Tu hijo más pequeño observaba extrañado a aquella gente que estaba fuera de tu casa, mientras tu esposa lucía angustiada. Quizá recordaba cuando la cortejaste, las sonrisas que te ofreció para que supieras le gustabas, el primer beso que se dieron, los primeros paseos a orilla de ese río que tiene al pueblo cercado, el primer hijo. Me acerqué y la abracé para hacerle saber estaba con ella. En su abrazo sentí el deseo imperioso de gritarme todo su miedo de saber que, desde ese momento, se quedaba sin ti.  

A las diez salimos de tu casa donde viste crecer a tus pequeños, reíste y jugaste con ellos, además de soñar con tu hija celebrando sus quince años. Ahora, con el sol casi a mitad del cielo, te llevábamos a la iglesia. Cada paso en aquella calle que caminaste un sinfín de veces, era un martirio para tus hermanos, hijos, padres y esposa. Sabían que era la última vez que recorrías esas avenidas. Aunque si por ti fuera, seguro volverías. ¿Quién querría dejar a los padres, hermanos, hijos y esposa? Allí íbamos, algunos llorando, la mayoría en silencio, recordando las veces que te escuchamos y reímos contigo. Nadie se fue, porque íbamos decidido a acompañarte hasta donde las fuerzas y posibilidades lo permitieran.

Cuando llegamos a la iglesia, el padre que es un tipo bajo, serio y letrado, nos recibió con una mueca de condescendencia. ¿Te imaginas un párroco combinando filosofía y religión? Pues él es así. Desde su filosofía, dijo, tenía muchas preguntas con respecto a la vida y la muerte, así como nuestro propósito en la tierra. Pero desde Dios, la vida y la muerte eran simples experiencias divinas. Nuestro objetivo en la tierra es amarnos, afirmó. El padre roció agua bendita y pensé que con aquellas gotas que me cayeron, mis pecados estaban perdonados. Sin embargo, el asunto del perdón consiste en perdonarse a uno mismo, no que otros vengan y te perdonen. Aunque muchas cosas funcionan así. Se espera que sean otros quienes disculpen nuestras ofensas para que, con ello, nos sintamos bien. Sin embargo, si el individuo no logra perdonarse, aunque se presente Dios en persona, no podrá tener calma. En fin, ¿te habrás arrepentido de todas tus faltas? Es posible. Sin embargo, ¿qué ofensas pudiste cometer si eras quieto y humilde? Entonces el padre nos arengó a querernos, a cuidarnos, a velar los unos por los otros. Y créeme, esa parte me gustó porque recuerda el amor al prójimo que mucha falta hace al mundo. El asunto es que el discurso del padre me conmovió al grado de pensar en mi hijo y esposa. Volvería a casa para amarlos con más intensidad.

El padre volvió a tirarnos agua bendita y nos despidió. Y desde ese instante, tu compadre Dagoberto se mantuvo todo el tiempo a nuestro lado. Fue quien ayudó a librar las gradas y subirte al coche. Por mi parte jamás iba a dejarte solo. Allí estaba, a tu lado. Iba pensativo, pero contento de saber que por ese momento, de nuevo, estábamos juntos como los amigos que somos. Mientras avanzábamos, mucha gente se nos unió. Una marimba nos precedía. Iban abriéndose paso a punta de notas musicales en aquella calle silenciosa y bochornosa. Seguro que percibías lo que pasaba allí. Imposible pensar que no lo hicieras. Aquellas notas se conjugaban con los llantos de tus hermanos y padres. Eran lágrimas que gritaban tu nombre. Que reclamaban tu abandono. Lágrimas que estremecían. Que se metían dentro de uno y nos desgarraban las emociones. Allí íbamos. Pensativos todos.


Cuando llegamos, las cosas se pusieron peor. Gritos. Llantos. Lágrimas. Y es que no era para menos, pues tu espacio nadie podría llenarlo. ¿Crees que como amigo, alguien podría ser como tú? Ninguno. Te ayudamos a bajar del coche. Y entonces todo empezó a darme vueltas. Te recordé sonriendo dentro de tu automóvil azul. ¿Por qué la vida no puede quedarse para siempre en uno? Quise reclamar a alguien. ¿Pero a quién? Me consolé pensando que en algún momento también tendría que alcanzarte. Antes debía arreglar algunos asuntos aquí. Quedar bien con mi hijo, amigos, padres y esposa. Luego te alcanzaría. Sólo que no sabía cuándo. Por ello debes esperar. En algún momento tus amigos vamos a alcanzarte. Los llantos de tus hijos me sacaron de mis cavilaciones. Daba pena verlos así. Más bien, daba coraje verlos tan solos y desprotegidos sin ti. Entonces empezamos a descenderte en aquel hueco de tierra que fue hecho para ti. Allí quedaría tu cuerpo, mientras nosotros volvíamos a la rutina de la vida. Fue cuando cobré conciencia de que no volvería a verte, por la sencilla razón de que la muerte decidió llevarte. Todos volveríamos a casa mientras que tú, es posible y muy seguro, convertido en pájaro de luz atravesabas veloz y sonriente la dimensión de esta vida.

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